Durante muchos siglos, la amistad ha sido considerada un hecho solamente masculino, un sentimiento “alto”, catártico, que elevaba el espíritu: Aquiles y Patroclo, Euríalo y Niso, pero también David y Jonatán, la literatura y el mismo texto bíblico ofrecen ejemplos famosos. Las mujeres quedaban rigurosamente excluidas, su amistad no era digna de nota, ni de ser contada, sublimada en los poemas y en los cantos. También cuando el cristianismo introdujo una concepción más igualitaria de la relación entre los géneros, filósofos y literatos continuaban dependiendo de la gran tradición clásica en la que, sobre todo en el mundo griego, eran solo los hombres los que ennoblecían en las escuelas y en los simposios sus afectos rigurosamente masculinos.
Se abría un espacio a las amistades femeninas, pero en los conventos, tanto en la hermandad de las monjas como en casos excepcionales de uniones entre mujeres fuera de lo ordinario, que permanecen confiadas a su correspondencia, como el de Clara de Asís e Inés de Praga, aquí analizado por Gabriella Zarri. La revaloración de las amigas mujeres, más allá de los estereotipos sobre la superficialidad femenina, y la interpretación de sus uniones en términos de “afinidades electivas”, de elevación espiritual y cultural, no son de hace mucho y quizá todavía no se han cumplido del todo.
Este número trata de tomar algunos momentos de este reconocimiento: además de Clara de Asís, las amistades espirituales de Chiara Lubich con sus compañeras; la unión en el horror del campo de concentración entre dos mujeres excepcionales, Grete Buber-Neumann y Milena Jesenska, la Milena de Kafka; las amistades femeninas a través de la imagen cinematográfica, una ventana extraordinaria que desvela no diría tanto las sombras como la ambigüedad con la que todavía hoy son percibidas por la mirada masculina. En conjunto, una imagen de las amistades entre mujeres que nadie tiene que envidiar a la fuerza creadora de las amistades masculinas: una fuerza irresistible, capaz de sujetar el mundo y de cambiarlo.