Un no a la santidad de caras largas


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Con una semana de retraso escribo sobre la invitación del evangelio a la santidad que nos recuerda el papa Francisco en la exhortación apostólica‘Gaudete et exsultate’como una santidad para el mundo actual. Tenía que leerla –y leerla despacito– para poder comentarla, uniendo mi comentario a los muchos que están circulando en los medios y por las redes sociales.

Siempre le he tenido bronca a los modelos de santidad que adornan los altares. Esos y esas de caras largas, solemnes, que no sonríen: mártires por la fe, papas, fundadoras o fundadores de comunidades religiosas que suben a los altares porque tuvieron quién patrocinara un proceso de beatificación, primero, y luego de canonización. Todos ellos y todas ellas, ciertamente, ejemplos de santidad, pero a quienes no podría imitar ni se me ocurriría hacerlo.

Recuerdo, en cambio, el hermoso libro de José Luis Martín Descalzo que leí hace muchos años, ‘San José García’, refiriéndose a tantos y tantas que caminan por las calles, que viven su fe en el entorno familiar y en el trabajo. Me hizo pensar, entonces, en todas esas personas que vivieron la santidad sin que nadie se diera cuenta. Me sigue haciendo pensar en quienes, sin estar en el santoral ni en los altares, llevamos en el corazón, que acogieron la invitación del evangelio a “ser perfectos” –y perfectas– como el Padre celestial es perfecto y que gozan eternamente de la comunión con Dios que en vida comenzaron a vivir. Es decir, aceptaron vivir su propio proceso de santificación, que consiste en vivir el bautismo: vivir como hijos e hijas de Dios con todas sus consecuencias.

Y, bueno, esa es la santidad de la que habla Francisco con argumentos bíblicos y de la tradición eclesial en ‘Gaudete et exsultate’. Santidad alegre, como la que el título anuncia. Santidad como la de “nuestra propia madre, una abuela u otras personas cercanas”(3); la que él ve en “los padres que crían con tanto amor a sus hijos, en esos hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa, en los enfermos, en las religiosas ancianas que siguen sonriendo” (7); “la santidad ‘de la puerta de al lado’, de aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios, o para usar otra expresión, ‘la clase media de la santidad’” (ibid.): en una palabra, la santidad del santo pueblo fiel de Dios al que tanto le gusta a Francisco referirse y que es santidad bautismal.

Santidad sin aspavientos porque es el diario vivir, comoquiera que –precisa Francisco–“no es posible pensar en la propia misión en la tierra sin concebirla como un camino de santidad”(19), misión que “tiene su sentido pleno en Cristo” (20) y que no es otra cosa “sino –citando al papa Benedicto– la caridad plenamente vivida” (23), a lo cual agrega que la misión “es inseparable de la construcción del reino” (25).

Santidad que “no significa blanquear los ojos en un supuesto éxtasis” (96) y que no puede entenderse “al margen del reconocimiento vivo de la dignidad de todo ser humano” (98). Santidad que no puede “ignorar la injusticia de este mundo, donde unos festejan, […] al mismo tiempo que otros solo miran desde afuera”(101). Santidad vivida en la misericordia.

No tengo espacio, hoy, para referirme a un “estilo femenino” de santidad, al que le dedica uno de los primeros párrafos; ni para extenderme en las falsificacionesde la santidad que, según ‘Gaudete et exsultate’, ofrecen dos herejías antiquísimas que siguen teniendo actualidad: el gnosticismo y el pelagianismo. Tampoco para hacer eco al capítulo en el que describe la santidad a la luz de las bienaventuranzas, en las que “se dibuja el rostro del Maestro que estamos llamados a transparentar en lo cotidiano de nuestras vidas” (63), ni para detenerme en las notas de la santidad en el mundo actual en la perspectiva de las bienaventuranzas y el texto de Mateo 25,31-46. Por eso habrá un segundo blog para poder comentar las llamados de atención de Francisco al peligro de “encorsetar el evangelio” en el cumplimiento de normasy su invitación a una santidad sin caras largas: “No tengas miedo de la santidad. No te quitará fuerzas, vida o alegría. Todo lo contrario, porque llegarás a ser lo que el Padre pensó cuando te creó y serás fiel a tu propio ser” (32).