Tarancón, Rouco y otros etarras


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Del cardenal Tarancón se han dicho muchas cosas. Pero ¿podría afirmarse que fue cómplice de ETA? ¿Y puede asegurarse de quien le sucedería en Madrid y en la Conferencia Episcopal, el cardenal Rouco, que le hizo el caldo gordo a la banda terrorista?

Sí, podría, en este tiempo de simplificaciones, en donde es más fácil pifiarla y no dimitir que sacudirse una acusación, como la de que la Iglesia fue cómplice de aquellos asesinatos. Se quiere hacer pagar la culpa de la tibieza de algunos, de su poco evangélica equidistancia, con la satanización de los más, los que dijeron basta ya.

Pocos recuerdan que si al cardenal de la Transición le escribieron en las paredes de Madrid aquello de ‘Tarancón al paredón’ y tuvo que salir protegido por una puerta lateral de los funerales del almirante Carrero Blanco, al que asesinó ETA, era porque los afectos al régimen –la mayoría, no lo olvidemos– veía en él a un sospechoso que dejaba que sus curas se encerrasen en la Nunciatura en protesta por la situación vasca. Una desconfianza acrecentada semanas después, cuando anduvo varios días con la excomunión de Franco en el bolsillo si este expulsaba al obispo de Bilbao, que había hablado del cristianismo como mensaje de salvación “para los pueblos”.

Y a Rouco, que soportó la pinza que PP y PSOE le hicieron en 2001 para firmar el Pacto Antiterrorista, a lo que se negó el episcopado, fue vituperado por el Gobierno de Aznar, acusándole de “no dar la talla”. Un entonces vicepresidente Rajoy no se anduvo tanto por las ramas y llamó “sinvergüenzas” a los obispos.

Hay un amplio magisterio episcopal –recogido por la BAC y por la editorial diocesana Idatz, de San Sebastián– que da fe de que las complicidades –cosa distinta son los silencios, los nuevos incluidos– por las que ahora se pide perdón habría que matizarlas mucho. Pero para eso hay que leer en vez de libar en tuits. Hay generalizaciones que pueden causar mucho daño. Aunque vengan con sello episcopal.

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