La Pontificia Unión Misional (PUM) es una de las cuatro obras al servicio del Papa en bien de las misiones de toda la Iglesia. La PUM fue fundada por el beato Paolo Manna en 1916, y en México está presente desde 1938; su finalidad es la sensibilización y formación misionera de los sacerdotes, religiosos y religiosas.
Para el sacerdote Gabriel Estrada Santoyo, misionero Comboniano del Corazón de Jesús, y actual secretario nacional de la PUM, esta obra constituye el alma de las otras obras misionales, por la sencilla razón de que si la Iglesia no tiene pastores misioneros, tampoco puede tener infancia ni juventud misionera.
En entrevista para Vida Nueva, explicó que en México, si bien se han tenido momentos de gloria en materia de misiones, actualmente se ha relegado mucho esta obra por parte de las diócesis. “Uno de los mayores méritos en México –recuerda– fue la preparación de los Congresos Nacionales Misioneros desde 1942, que han dado tantos frutos para nuestro país, lo mismo que la fundación, de parte de los obispos, de los Misioneros de Guadalupe y el compromiso de la Iglesia mexicana en favor de Angola, donde llegó a haber más de 200 misioneros mexicanos.
Falta de sensibilidad, más que de vocaciones
Ante la escasez de vocaciones y la disposición o rechazo de las diócesis de enviar sacerdotes a la misión, el religioso recordó que la PUM nació como Unión Misional del Clero, y la finalidad principal era promover el envío de sacerdotes a lugares necesitados de misión. Posteriormente nacieron por decreto papal los sacerdotes ‘Fidei Donum’, padres diocesanos que prestan un servicio a las misiones, y en este sentido México llegó a tener un buen número de padres diocesanos fuera del país; por desgracia –dice– actualmente es muy escasa la presencia, por no decir nula. “Y es que la falta de sensibilidad ante el llamado del papa Francisco de ser una Iglesia en salida, no instalada, no ha tenido eco en nuestra Iglesia mexicana; es decir, no es por falta de vocaciones”.
PREGUNTA: ¿Percibe interés o desinterés de los sacerdotes diocesanos para misionar?
RESPUESTA: Hay interés, pero cuando se lo comunican a su obispo, este mejor los cambia de parroquia para que dejen de tener esos “malos pensamientos” de irse de misioneros, así que los ponen en una parroquia necesitada para que ahí realicen su misión. Hay diócesis que han tenido sacerdotes fuera del país y que ahora no los tienen: Monterrey, Tlaxcala y Tampico, por ejemplo. En este momento una diócesis muy misionera es la de San Juan de los Lagos; no hace mucho envió dos sacerdotes a Rusia, y no precisamente al mundial; ha tenido sacerdotes en el Chad, África y Perú.
Dar desde la pobreza
Sobre el principal reto que enfrenta en este momento la Iglesia mexicana en materia de misiones, el padre Gabriel Estrada considera que ésta tiene el deber de “pagar” su diezmo a la Iglesia Universal en cuando a vocaciones misioneras; “hemos recibido mucho y hemos dado poco, debemos ayudar a países necesitados; que el ‘dar desde nuestra pobreza’, de la que hablaba Puebla en el lejano 1979, no se quede en un eslogan más, y mucho menos el formar parte del ‘Continente de la esperanza’ de manera estática y permanente sin llegar nunca a dar frutos. Si no tenemos dentro de nuestros seminarios la animación y formación misionera, nunca tendremos pastores preocupados por el ‘Vayan por todo el mundo’; recordemos que todo sacerdote es ordenado para el mundo y no sólo para sus diócesis”, explica.
Las misiones como factor de crecimiento
Para el religioso comboniano, es fundamental que un sacerdote diocesano experimente lo que es trabajar fuera de su diócesis, pues esto enriquece no solo su vocación, sino a su Iglesia particular; además, “el sacerdote descubre que existen grandes necesidades fuera de su territorio, entra en contacto con otras culturas que lo ayudan a crecer como sacerdote, y se siente miembro vivo de una Iglesia que es el instrumento que la Trinidad ideó para la salvación del mundo. Recordemos que la Iglesia nació de la misión y no viceversa. Es la misión que tiene una Iglesia, y no una Iglesia que tiene una misión. Quien bebe de la misión, ya no será nunca el mismo, será siempre un misionero, inclusive dentro de su diócesis”.
PREGUNTA: ¿Cuál es el proceso que debe seguir un sacerdote diocesano para misionar?
RESPUESTA: Antes que nada, tener una preparación propia para la misión, que le ayude a tener los ojos abiertos ante las realidades que se le presentarán, sin juzgar ni comparar a priori, porque la misión tiene su propio ritmo y te forma también. Buscar las vías para poder trabajar fuera del país, dialogar con su obispo, y de ser posible, asumir la misión como diócesis no a título personal, para asegurar la continuidad; ir en pareja es lo mejor, aunque ahora también se van en equipos mixtos; sacerdotes y laicos asumen la misión como comunidad evangelizadora. Obras Misionales Pontificio Episcopales de México (OMPE) ayuda en esos procesos y contactos.
En torno a los principales retos que tiene el padre Gabriel Estrada al frente de la PUM, recordó que prácticamente está asumiendo este servicio, por lo que comenzará a abrir caminos: “tocaré puertas, dialogaré personalmente con algunos obispos que ya han tenido la experiencia misionera de parte de sus sacerdotes para retomar este caminar de la misión, presentaré propuestas concretas de necesidades reales de diócesis de misión, pero sobre todo, espero ser invitado a seminarios para poder despertar el compromiso misionero que nos viene por el mismo Bautismo, porque si tenemos formandos abiertos a la misión, aseguramos que en un futuro pidan salir de sus fronteras”.
En este sentido, se refirió al diplomado que está organizando la PUM, y de la importancia de que todo sacerdote lo tome. Recordó que en la OMPE-México se encuentra la sede del Centro Latinoamericano de Animación y Espiritualidad Misionera (CLAEM), que desde hace 40 años organiza un diplomado en Misionología avalado por la Pontificia Universidad Urbaniana de Roma, y el cual se lleva a cabo durante todo el mes de julio, con duración de tres veranos, para poder diplomarse en Teología de la Misión.
Dijo que además se espera, en un futuro no distante, contar con la Licenciatura en Misionología, en colaboración con la Universidad Pontificia de México, bajo esta modalidad de cursos de verano. Refirió que el año pasado se tuvo la participación de 110 alumnos provenientes de 12 países, entre sacerdotes, seminaristas, religiosas(os) y laicos comprometidos con la misión, y en este momento ya se tienen casi 90 personas inscritas, y siguen llegando solicitudes.
“Para todo sacerdote es una formación sólida que no ha recibido en el seminario, además que vienen profesores reconocidos internacionalmente por su reflexión teológica sobre la misión. Este año tenemos ya 11 sacerdotes diocesanos inscritos, y 20 seminaristas provenientes de varios seminarios de la república, eso nos llena de alegría porque sabemos que se convertirán en animadores misioneros de sus comunidades, y quizá un día no muy lejano decidan salir a misionar fuera de nuestro país”, añadió.
PREGUNTA: Finalmente, de manera personal, ¿qué le ha dejado ser un misionero comboniano?
RESPUESTA: En primer lugar, saber que nuestro carisma es una riqueza para la Iglesia, no somos un grupo aparte. El haber estado en diferentes países trabajando en situaciones de extrema pobreza, sobre todo en Brasil y Perú, me ha ayudado a reinventar mi sacerdocio en cada experiencia, a no cerrarme a las necesidades de los demás, a no sentirme instalado, a dejarme sorprender continuamente de Dios que tiene un plan para mí. Estar ahora sirviendo a la Iglesia mexicana en Obras Misionales fue una sorpresa y un regalo de Dios que no esperaba, aunque siempre ha habido a lo largo de la historia de Obras Misionales una presencia comboniana, ya que es parte de nuestro carisma animar a las Iglesias locales a través de las instancias que ya existen. Es muy grato saber que estamos al servicio de la Iglesia donde ésta nos requiere.