(Alberto Iniesta– Obispo Auxiliar emérito de Madrid)
“La jerarquía y la opinión pública de la Iglesia, tanto española como universal, están claramente a favor de los inmigrantes y su integración, realizando una obra social y asistencial admirable y ejemplar. Pero ante ciertos problemas de convivencia aparecen también algunas resistencias”
El personaje de una viñeta de El Roto decía así, poco más o menos: “Tengo la economía a la derecha; la política, a la izquierda; y el cuello, con una tortícolis que no veas…”.
Quizá sea ésta la mayor encrucijada de los países ricos ante los países pobres. El gobierno de España tiene el corazón a favor de los inmigrantes, pero la Unión Europea, tanto en la Comisión como en el Parlamento, se adhiere a las tesis más restrictivas frente a ellos. Es una alternativa que atraviesa muchas situaciones, inclusive en el mundo cristiano.
La jerarquía y la opinión pública de la Iglesia, tanto española como universal, están claramente a favor de los inmigrantes y su integración, realizando una obra social y asistencial admirable y ejemplar. Pero ante ciertos problemas de convivencia aparecen también algunas resistencias.
Se habla del derecho al reagrupamiento familiar, pero al concretar el límite aparecen notables diferencias. En nuestra mentalidad occidental, entenderíamos la reunión de los inmigrantes con los hijos y los padres. Pero otros pueblos la ampliarían hasta unos límites de parentesco casi como una tribu, con lo cual se harían insostenibles los sistemas educativo y sanitario, completamente gratuitos.
Es injusto considerar como delincuente todo inmigrante clandestino, pero abrir las fronteras sin límite alguno tendría un efecto llamada anárquico, que podría traer graves consecuencias sociales para todos, los residentes y los inmigrantes. De hecho, en un barómetro de opinión del Instituto Elcano, el 40% de los encuestados sostiene que a los inmigrantes clandestinos habría que tratarles como delincuentes. Etc., etc.
¿Qué podemos hacer? Entre profetas y políticos, predicadores y administradores, utópicos y cínicos, ¿podríamos llegar a la tortícolis?