SÁBADO 12. Terminan las votaciones de Eurovisión. España, cuartos por la cola. En el puesto 23 de 26. Más allá de las polémicas fuera del escenario, Amaia y Alfred ejecutaron a la perfección la canción. Hicieron lo que tenían que hacer: contar su historia de amor a través de una canción. Y mostrarla con sus miradas cómplices, sus carantoñas, su pícara sonrisa. Pero no fue suficiente. Su pasión se diluyó como el café descafeinado de sobre al otro lado de la pantalla de los espectadores europeos. Quienes saben del festival, aseguran que el motivo fue una nefasta realización que se detuvo en planos generales y una puesta en escena que, lejos de ser intimista y sencilla, pecó de sobria y distante. No eran necesarios fuegos artificiales, pero sí provocarlos en el televidente. Una lástima. La pareja de jóvenes talentos tenía algo –o mucho- que transmitir, pero quienes tenían la misión de hacerlo llegar al otro, no supieron cómo. Moraleja eclesial. Hay mensaje. Pero, ¿y capacidad para contagiarlo a través de los medios? Ya es domingo. Jornada de las Comunicaciones Sociales.
LUNES 14. Después de una temporada sin verle apostado en la puerta del supermercado, Freeman reaparece. No es buena señal. No hay curro. Confía en que la agencia de trabajo temporal le llame a finales de mayo. Cuenta atrás. Si no cotiza, no hay ingresos, pero tampoco permiso de residencia. Una angustia permanente que, a quien pasa por delante de él, le sabe a nada.