Solidaridad se escribe en femenino: el 70% de los trabajos de voluntariado en el mundo lo realizan las mujeres. En nuestras culturas latinoamericanas y caribeñas, en los ambientes más populares y sencillos, es todavía frecuente ver el apoyo mutuo entre las mujeres, entre las vecinas: desde el compartir un poco de comida hasta el ayudarse a cuidar a los niños. Tal vez somos más sensibles a esta solidaridad por la situación de invisibilidad y marginación que se ha vivido dentro de la sociedad durante muchos años.
A lo largo de estos años de servicio como presidenta de la CLAR (Conferencia Latinoamericana y Caribeña de Religiosas y Religiosos) he tenido el privilegio de acompañar a muchas mujeres que, desde su consagración en la vida religiosa, están construyendo el Reino, desde la solidaridad y el cuidado de la casa común. En América Latina, sobre todo con el acontecimiento del Concilio Vaticano II y de su recepción en la Conferencia Episcopal de Medellín, la vida consagrada femenina se deja cuestionar en lo más profundo de sus raíces, y con generosidad y pasión se deja involucrar en el movimiento del Espíritu que la lleva a buscar caminos de encarnación, a releer sus carismas desde el Evangelio y el carisma fundacional, así como desde los signos de los tiempos.
Las congregaciones femeninas procedentes sobre todo de Europa inician una verdadera transformación. Llegan también religiosas de Estados Unidos, de Irlanda, de Francia, de Canadá, resueltas a vivir con radicalidad evangélica sus carismas, con presencias que, muchas de ellas hasta el día de hoy, están en medio de realidades marginales y, por lo tanto, proféticas. Las congregaciones femeninas originarias de Latinoamérica y el Caribe se suman a este movimiento del Espíritu. Creo que no hubo congregación religiosa que no se preguntara en este momento, por dónde había que caminar, cómo habría que responder, y hacia dónde… De aquí surgieron numerosas respuestas, pero todas ellas tratando de responder, desde sus carismas, a este Kairós del Espíritu que vino con el Concilio Vaticano II y con Medellín.
Vida religiosa femenina en la Amazonía
Religiosas que están presentes en los rincones más alejados de la Amazonía, en comunidades pequeñas, sencillas; compartiendo el clima, los trabajos, las carencias de la gente que acompañan y cuidan… Mujeres muy felices y que narran sus vivencias con verdadero gozo y a veces con lágrimas. Mujeres que viven en zonas de riesgo, que les ha tocado cobijar familias, comunidades enteras, cuidando sus vidas exponiendo las suyas muchas veces … Viajando en canoas por los ríos-caminos, permaneciendo ahí de donde todo mundo quiere huir, porque quieren estar, acompañar, cuidar.
Mujeres que desde la educación cuidan el corazón de los niños, de los jóvenes, ayudan a tomar conciencia de la ciudadanía, de que a base de pequeños compromisos, cotidianos, constantes, podemos marcar la diferencia… Mujeres que enseñan en las grandes universidades o en los rincones más pobres, pero desde el mismo lugar teológico, movidas por la compasión solidaria. Mujeres que acompañan a los migrantes en su camino, que junto con otras mujeres cocinan, preparan, y salen al encuentro de los caminos de la muerte, de las “Bestias” que surcan las vías hacia el norte… mujeres samaritanas que se han desplazado a lugares de paso para salir al encuentro del caminante.
Junto a las Patronas de Amatlán está una comunidad religiosa acompañando; y en un reciente albergue de migrantes las religiosas reciben diariamente 60, 70 o más personas dándoles una casita donde, como María de Guadalupe, “les muestran todo su amor” dándoles un pan, un techo, pero sobre todo, una escucha atenta a sus historias y sueños. Mujeres que acogen a los deportados, como en Nogales, al norte de México, curando las heridas del desierto, las ampollas del camino, y sobre todo el corazón atravesado por la desesperanza de no haber alcanzado su sueño o por ser obligado a dejar a su familia.
Mujeres con hijos del alma…
Mujeres que están comprometidas en los derechos humanos, en procesos de justicia y paz e integridad de la creación, que se involucran en cuestionar políticas migratorias, como la Hna. Norma; que hacen oír su palabra y se abren hueco donde aún es difícil entrar, tanto en la sociedad como en nuestra misma Iglesia. Muchas de ellas presentes en la ONU, abogando, día con día, por los pobres y por el cuidado de la creación. Durante una marcha por la paz, en México, a la cual fueron convocadas todas las familias mexicanas, cuando la gente veía a las religiosas incorporándose a la marcha les decían: “Hermanitas, con ustedes sí nos animamos a salir”.
Mujeres que tienen sus comunidades en medio de zonas donde el tráfico humano y la prostitución son muy evidentes, de puertas abiertas para escuchar, para orientar, para cuidar la ecología del espíritu tan devastada por el pecado social y personal. En la calle 22 de Bogotá, hay una comunidad inserta en un barrio de prostitución… recorrí con ellas las calles para saludar a las mujeres que ahí trabajan y me dijeron: míralas siempre a los ojos porque así se sienten tratadas como personas.
Mujeres madres, que no han tenido hijos biológicos, pero sí muchos hijos del alma, que velan sus sueños, que son hermanas, madres. Mujeres que tratan de formar en la construcción de espacios de vida, que saben y ayudan a otros a sembrar, que cuidan parcelas, que siembran flores que embellecen el ambiente y los espacios que tocan, que reciclan, que re-usan, que generan armonía. El Papa Francisco lo dijo: La mujer es la que pone armonía en la vida. Muchas de estas mujeres visitan las cárceles, escuchan al preso, visitan sus familias, oran con ellos y les ayudan a hacer procesos de perdón y reconciliación.
La vida consagrada femenina va comprendiendo cada vez más que juntas somos más, y por eso se está comprometiendo a formar redes contra la trata de personas, de justicia y paz, redes en favor del cuidado de la Amazonía; de unión en comunidades intercongregacionales haciendo frente a poblaciones vulneradas por los terremotos, como las comunidades en Haití, o ante los inexplicables incendios; como las comunidades que acaban de nacer en Chile; mujeres que no se detienen porque sean menos que antes, o porque tengan más años que antes, sino que con creatividad buscan su fuerza en la comunión y en la interrelación, confiadas en las maravillas que hace el Espíritu cuando nos vinculamos, cuando actuamos desde la comunión. Creo que se están generando cambios que están transformando el mundo. Porque “mucha gente pequeña, en muchos lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, es capaz de transformar al mundo”.