“La Iglesia católica, siguiendo el ejemplo de Jesús debe estar muy libre de prejuicios, de los estereotipos y de las discriminaciones sufridas por las mujeres. Las comunidades cristianas deben realizar una seria revisión de vida para una conversión pastoral capaz de pedir perdón por todas las situaciones en las cuales han sido, y todavía son, cómplices de atentados a la dignidad”. A partir de esta reflexión, la Asamblea Plenaria de la Pontificia Comisión para América Latina, guiada por el cardenal Marc Ouellet, elaboró en el Vaticano, del 6 al 9 de marzo, una serie de recomendaciones pastorales, proponiendo “seriamente la cuestión de un Sínodo de la Iglesia universal sobre el tema de la mujer” sobre la estela del de la familia y los jóvenes.
En el centro de la declaración, en catorce puntos, emerge una mirada teológica sobre la grandeza de la dignidad y de las vocaciones femeninas en coherencia con la Revelación, que el mismo cardenal Ouellet profundiza en la entrevista de la socióloga María Lía Zervino. Los textos presentados en este número recorren las dificultades, las esperanzas y las expectativas de las mujeres latinoamericanas en la Iglesia de hoy, con un abanico de voces que implican a laicas y religiosas trabajadoras en las instituciones eclesiásticas. Porque, como sostiene sor Mercedes Leticia Casas Sánchez, mexicana comprometida con los inmigrantes a lo largo de la frontera con Estados Unidos, “siguiendo una tradición centenaria, en la región la fe se transmite en línea femenina”.
En todos los artículos, el criterio es el del paradigma de la reciprocidad como clave de lectura para percibir la relación entre lo femenino y lo masculino, privilegiando la lógica “del junto a” y de la “relación”. La teóloga brasileña Maria Clara Bingemer sostiene que “junto y más allá del modelo tradicional de la parroquia”, donde los servicios estaban demasiado concentrados en las manos del sacerdote, la Iglesia en Brasil ha adoptado, en muchas de sus diócesis, el modelo de las comunidades eclesiales de base, elección que ha permitido a muchas mujeres ejercitar la coordinación y las dotes directivas y organizativas. Para la historiadora María Luisa Aspe Armella, “las mujeres son el mejor rostro de la Iglesia en México y en toda América” en cuanto que “nosotras no somos parte de la estructura de la Iglesia, somos la infraestructura”. Y la infraestructura es lo que no se ve pero que sostiene toda la construcción.