Admite que es un tema “antipático, desagradable”, pero ello no le ha impedido a Juan Ignacio Cortés Carrasbal (Guadalajara, 1970) adentrarse en la crisis de la pederastia que viene sacudiendo a la Iglesia católica en diversos países del mundo desde los años 60. También preguntarse por cómo ha gestionado y gestiona la Iglesia española esta dolorosa realidad en la que todavía “tiene mucho camino por andar: para empezar, cambiar los protocolos y establecer algún servicio de atención a las víctimas”, asegura contrariado.
El resultado de sus pesquisas queda recogido en ‘Lobos con piel de pastor’ (San Pablo), obra que el autor firmará en la Feria del Libro de Madrid este domingo 27 de mayo, de 18:30 a 20:30 de la tarde.
PREGUNTA.- Periodismo de investigación con confesiones inéditas, un compendio cronológico de los episodios más relevantes de la crisis de los abusos en la Iglesia católica… ¿Qué se va a encontrar el lector en su libro?
RESPUESTA.- Cuando me fui adentrando en la historia pensé que, dado que no existe un libro en español que lo haga –al menos, yo no lo conozco–, que cuente toda la historia de la crisis, lo más interesante, lo que podría llenar ese vacío y ser útil al público español era contar cómo la crisis se fraguó primero en Estados Unidos y luego en otros países desde los años 60. Ver cómo ese esquema de quitar importancia a la crisis y ocultar los casos se ha repetido en diversos países en los que luego salieron a la luz miles de víctimas. Y, después, preguntarse qué está sucediendo en España y si no pudiera pasar que, si la Iglesia española no “hace limpieza”, un escándalo de similares dimensiones a los de Estados Unidos, Irlanda, etc. podría arruinar su reputación totalmente.
P.- ¿Por qué sigue costando todavía hablar o escribir de un tema como la pederastia en la Iglesia católica?
R.- Es un tema antipático, desagradable. Para la Iglesia y para la sociedad. Cuesta admitir que dentro de un colectivo existe tal horror. Y también cuesta contar la historia de tanto dolor. Yo recuerdo varios momentos investigando para el libro o escribiéndolo en que tenía un sentimiento de saturación de horror enorme. Por ejemplo, cuando estaba escribiendo el capítulo sobre Australia, un país en el que más del 20% del clero de algunas diócesis había cometido abusos y donde hay varios casos de verdaderos depredadores sexuales, sacerdotes que abusaron de cientos de víctimas durante décadas. O cuando hice la primera entrevista a una víctima: apenas pude tomar notas porque estaba totalmente sobrecogido por su dolor.
El caso de Chile
P.- ¿Tiene la impresión de que los esfuerzos del Papa para erradicar esta lacra van calando en las comunidades locales o queda mucho camino por recorrer para superar temores, silencios, encubrimientos…?
R.- Pues depende de la comunidad. Ahí está lo que acaba de pasar en Chile: a pesar de que la Iglesia chilena estaba actuando en teoría sobre la pederastia, se ha descubierto que ni de lejos estaban haciendo lo suficiente, y el Papa ha tenido que poner a todos los obispos castigados de cara a la pared por no hacer los deberes. Esa escena se podría repetir con muchas Iglesias locales que no han hecho apenas nada para abordar el problema. Tristemente, la española está entre ellas.
P.- Las víctimas piden justicia, reparación del daño causado, pero también que se las escuche y se las crea. ¿Están respondiendo la Iglesia y la sociedad en general a estas demandas?
R.- En absoluto. Ni el Estado, ni la sociedad, ni la Iglesia española ha hecho nada para pedir perdón a las víctimas, escucharlas, reconocerlas, reparar en lo posible el daño causado y prestarles asistencia. Ni siquiera existe una persona de contacto en la Conferencia Episcopal para coordinar las actuaciones de la Iglesia al respecto, los protocolos de la Conferencia Episcopal traslucen una gran indiferencia hacia las víctimas, no hablan para nada de reparación; se centran en enumerar las acciones defensivas a emprender por las diócesis si uno de sus sacerdotes es acusado. La Iglesia española tiene mucho camino por andar en este asunto. Para empezar, debería cambiar esos protocolos y establecer algún servicio de atención a las víctimas. Sabemos de al menos alrededor de un centenar de víctimas en España, aunque muchos temen que sean muchas más. Sean las que sean, merecen el cuidado de la Iglesia y normalmente se encuentran con burla, desprecio, engaño… Es muy lamentable esta actitud, que es cierto que está comenzando a cambiar en algunos casos. Pero demasiado lentamente.
Credibilidad en cuestión
P.- ¿Estos escándalos afectan más a la credibilidad de la institución o a la fe del creyente de a pie?
R.- Creo que a las dos. Es muy difícil creer en una institución que hace lo contrario de lo que predica.
P.- ¿Cómo se acaba con la impunidad?
R.- Pues abriendo puertas y ventanas. Abriendo archivos a investigadores, levantando el secreto pontificio sobre las investigaciones –que son secretas hasta para la propia víctima–, informando de los casos detectados a la justicia civil –porque la pederastia puede ser un pecado terrible, pero es también un delito–, acabando con la cultura de secretismo y sentimiento de casta privilegiada que reina entre muchos sacerdotes y obispos y abriendo las puertas de los lugares donde realmente se toman las decisiones en la Iglesia a laicos y mujeres. Hay que acabar con la idea de una Iglesia-monarquía, donde el papa es el rey; los obispos y cardenales, los príncipes, etc. El abuso sexual de menores es, sobre todo, un problema de abuso de poder. Si se elimina la idea de poder del funcionamiento de la Iglesia, cambiarán muchas cosas.
P.- ¿La tormenta que ha estallado en la Iglesia chilena da para otro libro?
R.- Tristemente, cada historia de abuso, cada historia de cada víctima da para un libro. Un libro de horror, culpa, vergüenza y, afortunadamente, también de esperanza en algunos casos.