Esta economía mata. Lo ha repetido hasta la saciedad el Papa cada vez que aborda en profundidad la realidad del sistema financiero que mueve los hilos del planeta. Un grito para poner en el centro a la persona y no al dinero, y que la Santa Sede ha aterrizado ahora denunciando fenómenos como los paraísos fiscales o el excesivo endeudamiento público a través del documento ‘Oeconomicae et pecuniariae quaestiones’, promulgado mano a mano por Doctrina de la Fe y el Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral. A la Iglesia española, en esta ocasión, le ha cogido con los deberes hechos. Y es que, desde hace dos años, la Conferencia Episcopal aplica un sencillo y eficaz Manual de Inversiones Financieras.
En esta guía práctica a la que ha tenido acceso Vida Nueva, entre otras medidas, se insta a huir de toda transacción especulativa, desde la ventas en corto a las polémicas SICAV. Estas pautas genéricas no son sino la actualización del mandamiento del amor, del “no robarás” y del “no codiciarás bienes ajenos”. Y es que, la ética de las finanzas no es una opción, sino un imperativo evangélico para todas las instituciones católicas, con el único objetivo de construir el Reino de Dios, buscando dar la vuelta a un mercado que enriquece a unos pocos, acrecienta la desigualdad y justifica todo, incluida la guerra, para perpetuarse.
Frente a las amenazas del modelo capitalista, puede surgir la tentación de buscar medidas irreales de aislamiento, confrontación o inmovilismo. Ni lo uno ni lo otro. Otra economía es posible y se puede edificar con una propuesta viable basada en un reparto equitativo de los bienes y en la justicia social. Está claro que los poderes públicos y los emporios empresariales tienen mucho que decir al respecto, y no parecen estar por la labor. Por eso, en estos espacios, la presencia de hombres y mujeres creyentes resulta vital para humanizar las finanzas y provocar este cambio. Pero no menos cierto es que el cristiano de a pie puede y debe implicarse, desde su pequeña parcela de realidad, como un ciudadano activo que tiene en su mano el ser partícipe de iniciativas de comercio justo a través de un consumo responsable, poniendo sus ahorros, como pequeño inversor, en manos de la banca ética o también reivindicando en la calle el derecho a un trabajo digno.
Suele ser habitual acercarse a la parábola de los talentos con una lectura desde los dones personales al servicio de Dios y de la comunidad. A la luz de estos documentos eclesiales que desglosamos en el A Fondo, no está de más que se trabaje desde la perspectiva de la ética de las finanzas, como “siervos buenos y fieles” que siembran con sentido común y no entierran, que promueven un modelo alternativo y sostenible que haga realidad la Doctrina Social de la Iglesia.