Adiós a la monja centenaria que iluminaba Japón con sus castañuelas

  • La adoratriz malagueña Victoria de la Cruz García ha muerto en Kitami (Tokio) a los 110 años
  • Llegó como misionera en 1936 y vivió el drama nacional tras los bombardeos nucleares de Hiroshima y Nagasaki

Adiós a la monja centenaria que iluminaba Japón con sus castañuelas

Días atrás, a sus 110 años, fallecía en Kitami (Tokio) Victoria de la Cruz García, religiosa adoratriz que llevaba en Japón desde 1936, cuando abandonó su Málaga natal para servir en la misión. Allí, en un tiempo enormemente complicado a nivel internacional y muy especialmente en el país nipón, que participó activamente en la Segunda Guerra Mundial junto a Hitler y Mussolini, a la consagrada española le tocó compartir junto al pueblo en el que quiso encarnarse todo tipo de padecimientos. Especialmente, el impacto nacional tras los bombardeos nucleares de Hiroshima y Nagasaki, cuyas consecuencias duraron décadas.

Como cuenta en su web la Diócesis de Málaga, “Victoria nació el día de San Juan del año 1907 en la fonda Andaluza, propiedad de su abuela paterna”. La segunda de nueve hermanos, “estudió para maestra en la Escuela Normal y, para sostener a su familia, daba clases particulares a niños de La Caleta”. Tras unos ejercicios espirituales, “decidió que quería ser religiosa adoratriz e ingresó en el noviciado de Guadalajara. Ante los sucesos del año 1931 [la quema de varios conventos que siguió a la proclamación de la II República], un familiar la sacó del convento y se la trajo a Málaga, hecho que vivió con mucha inquietud, deseando regresar a la vida religiosa, como finalmente hizo”.

Pero la gran aventura de su vida empezó en 1936, cuando llegó a Japón tras un largo viaje de dos meses en barco. Después de pasar tres años en Tokio, a Victoria le sorprendió el estallido del conflicto mundial y tuvo que refugiarse junto a su comunidad en las montañas de Karuizawa, al norte de la capital. Durante años, pasaron un calvario de frío y hambre. Hasta que, al acabar la guerra, pudieron trasladarse a Yokohama.

Lo que destacan las muchas compañeras de la congregación que han coincidido con ella es su incansable apuesta por la educación, fundando escuelas allí donde era destinada. Una labor que le valió incluso una condecoración del Gobierno japonés y que trascendió fronteras, pues, en los seis años que pasó como misionera en Dos Palos (California), fundó el Colegio de las Adoratrices.

“Nos transmitía a todas su alegría andaluza”

En conversación con Vida Nueva, María José Polomino, secretaria general de la congregación, lamenta “no haberla podido conocer” y muestra su “agradecimiento grande” por el “legado de toda una vida” que ha dejado a las adoratrices de todo el mundo el testimonio de Victoria.

Junto a ella, la japonesa Micaela Tanigaichi, consejera general de la comunidad adoratriz y afincada en España desde hace unos meses, nos cuenta que ella sí tuvo el “regalo” de conocer a la hermana centenaria: “Durante tres años, hasta que vine aquí, fui la superiora de su comunidad en Kitami. Siempre estaba cantando y no se separaba de sus castañuelas. Pese a sus muchos problemas de memoria al final de sus días, tenía muy fresca su infancia en Málaga. Nos transmitía a todas su alegría andaluza. Hasta el último momento, estuvo acompañada por todas las hermanas, entre quienes era un referente esencial”.

Pese a “los duros momentos que tuvo que vivir”, como lo experimentado en la guerra o con “el cierre de algunas escuelas que ella misma había fundado”, “jamás hablaba de ello. Tenía una capacidad de aceptación muy grande. Era una mujer fuerte y nunca angustiada, sino con una alegría natural”. A nivel de fe, su modelo es muy profundo: “Mi recuerdo de ella es en el oratorio, rezando en silencio ante el Señor, con quien se notaba que tenía una relación muy cercana”.

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