“Mi historia persa entre dos países y dos religiones” reza el subtítulo de la autobiografía ‘No atar el corazón’ de Farian Sabahi (‘Non legare il cuore’, Milano, Solferino, 2018) cuyo título está extraído de un versículo del místico musulmán Rumi que invita a no atar el corazón a ninguna casa
En realidad, la autora tiene una casa. Empezando por el nombre (luego reafirmado en el elegido para su hijo) que constituye el rasgo más importante de toda identidad y al que Sabahi añade el adjetivo persa para definir su relato biográfico. Casa por una parte impuesta -como el nombre por su padre- y por otra elegida, a pesar de que la mayor parte de su vida y su residencia actual están ligadas a Italia y al Piamonte.
Sin duda el Piamonte, sobre todo el de la provincia en la que pasó su infancia, es para muchos poetas un lugar banal, incluso un poco intolerante, que causa una mala impresión frente al exotismo, a los colores y a los descubrimientos que a la autora, desde su primera juventud, ofrecen en cambio las estancias de Teherán, junto a su familia paterna. Esta fascinación es igualada por una religión católica vista prevalentemente como una forma de falsa corrección burguesa, centrada en el cementerio de pueblo, la misa grande el domingo, el bautismo en cierto sentido “forzado”, enfrentada a un islam místico y a una misteriosa -pero por ello más fascinante aún- tradición ligada a Zoroastro.
El partido lo gana oriente
A este dualismo corresponde la figura seguramente más previsible de la madre, joven mujer rica influenciada por el 68, quien no piensa que la pertenencia étnica ni menos aún la religiosa puedan constituir un problema para las relaciones humanas, y del valiente padre, que llega a un país desconocido donde entre muchas dificultades y soledades se abre camino sin perder sus raíces.
Si, el partido lo gana oriente, incluso si se tiene la sensación de que occidente, a pesar de la frecuentación de doctos sacerdotes y cardenales para recibir iluminación religiosa, no haya jugado en igualdad de condiciones. Al menos no ha jugado bien la partida en la conciencia de la autora: el simple hecho de que ella siempre haya vivido en Italia, que haya tejido lazos afectivos con hombres occidentales, da a entender que en realidad ha vencido occidente.
Pero no en el imaginario: aquí vemos que falta en su formación -y no es solo un problema suyo, sino de las generaciones jóvenes- la lectura de las mujeres. La lectura de las místicas cristianas, de las exégetas que en estos treinta años han revolucionado las interpretaciones de los textos sagrados, incluso de las excelentes escritoras que han descrito Monferrato revelando una épica sin duda no menos interesante que la de sus antepasados de Baku. Está todo en los ojos del que mira, como bien sabemos, y Farian no ha encontrado -¿o buscado?- los ojos justos para que la contienda entre ambas culturas se desarrollase en igualdad de condiciones.
Incluso si aquí y allá esta consciencia se abre camino -especialmente en las páginas en las que habla de su abuela piamontesa- la autora parece no ser capaz de reconocer la unicidad misteriosa de cada ser humano, su diferencia respecto a todos los demás, dentro de cada cultura, y sobre todo el hecho de que, al lado de sus observaciones generales sobre las religiones monoteístas, la única experiencia verdadera de Dios que podemos tener es la del amor que recibimos y damos los demás seres humanos, también a los que nos parecen aburridos y banales.
Una visión limitada
Una visión más amplia y profunda le habría permitido no escribir observaciones un poco estereotipadas: “Todos los monoteísmos son de alguna forma discriminatorios respecto a las mujeres” o “Las religiones monoteístas son como las laderas de una misma montaña, pero no hacen más que dividir” como si solo una postura en cierto modo indiferente hacia cada fe religiosa pudiera garantizar una convivencia pacífica multicultural.
Como sabemos, hay miles de testimonios de que esto no es cierto, de que se puede ser intensamente creyente y amar a los fieles de otras religiones, y en cambio la idea de que solo la laicidad asegura la tolerancia hoy en día es una ilusión muy difusa.
Al contrario de muchas afirmaciones contenidas en el libro, esta narración autobiográfica es en cambio la prueba de cómo hoy la pertenencia religiosa constituye un problema difícilmente desdeñable en nuestras vidas, un problema que se nos plantea a todos y que requiere una respuesta también por parte de quien aparentemente no la quiere dar. También de quien vive en una encrucijada entre dos mundos, entre dos culturas, entre dos religiones distintas.