Asalto a Añastro


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Pleno de cardenales españoles en los consistorios de Francisco: siete purpurados en cinco ampliaciones del Colegio cardenalicio. Ningún otro país ha sido distinguido de esta manera, a pesar de que en España hay obispos que le racanean el afecto a este Papa, nunca en público, por supuesto. Aquí todavía no se han unido de palabra al coro de voces discrepantes, aunque se haya puesto la alfombra roja a sus principales tenores.

¿Por qué estos continuos gestos de Bergoglio hacia la Iglesia española? Y máxime cuando en dos de esas distinciones –Sebastián y Bocos, dos mentes claretianas al servicio de la Conferencia Episcopal y de la vida consagrada– era más el homenaje a una trayectoria que un cómputo. Y, salvo en el caso de Ladaria –cardenalato en virtud de la responsabilidad que desempeña–, aunque también, es una apuesta por nombres y perfiles. Quizás precisamente sea esa la explicación. Miradas de futuro en lugar de vistazos a las sedes históricas.

Pero no, no es un aprecio recíproco hacia quien tiene la mirada puesta en la Iglesia de España y conoce la detalle las vicisitudes de sus diócesis hasta dejar sorprendidos a sus propios titulares. No hay más que ver la resistencia soterrada, la técnica del desgaste por abrasión, el intento, no siempre sutil, de desgastar el rostro bergogliano de esta Conferencia Episcopal, el ansia por ocupar espacios aunque sea para no hacer nada y dejar que corra el reloj.

De aquí a noviembre, cuando se abra la puerta para la renovación de cargos en Añastro, volveremos a ver el centelleo de las estrategias. Ya asoman por el horizonte. Aunque, otra vez, parece que no se quieren ver. Como le acaba de pasar a la selección de fútbol. Que tiró de inercia sin pensar que los demás habían aprendido a hacer sus propios cálculos.

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