(José María Rodríguez Olaizola, SJ- Sociólogo jesuita) Los gemelos recién nacidos de Brad Pitt y Angelina Jolie reportan a sus padres once millones de dólares por ser fotografiados. Y como ellos, los vástagos de otros personajes famosos. Con distinta tarifa, según el tirón mediático del personal. Supongo que quien desembolsa esas cantidades es porque espera recuperarlas en ventas y publicidad, pues hay muchas personas dispuestas a llevarse la revista a casa para ver a tan importantes bebés. Los orgullosos padres van a donar todo el dinero a ACNUR, para financiar los programas de la ONU de ayuda a los refugiados. O sea, que las fotos de Knox Lenox y Vivienne Marcheline (así se llaman los gemelos) servirán para pagar, ojalá, la supervivencia de algunos miles de bebés cuyo nombre “no importa”.
Cuando escuché la noticia arrugué el ceño. Pensé, con desagrado, en esos gemelos tan afortunados y en sus famosos padres, y pensé en poner verde en esta columna todo ese circo mediático. Luego me di cuenta de que yo soy otro gemelo afortunado. Que yo también tuve suerte, por nacer en un hogar español de clase media en los años 70. Mucha más que quien nace en los arrabales de muchas ciudades de nuestro mundo. Que otros muchos niños se hubiesen cambiado gozosos por mí.
Así que debería ser cuidadoso a la hora de lanzar reproches genéricos o lamentos por cómo son las cosas, las estructuras o el destino. No está bien la injusticia, ni la desigualdad abismal, ni el que nazcan personas condenadas a existencias terribles. No elegimos dónde nacemos. Pero, antes de cargar contra el resto del mundo, hay una pregunta primera, tópica, infantil, ingenua, muy simple y con un punto de voluntarismo, pero de vez en cuando necesaria… “¿Qué estoy haciendo yo?”. Y cuando lo pienso, sólo sé que la respuesta no puede ser “nada”.