Nadie duda de que, entre los muchos escollos con los que se topó Pablo VI en su pontificado, el mayor fue la recepción de ‘Humanae vitae’. Medio siglo después, no son pocos los frentes abiertos ante su determinante condena a todo tipo de control artificial de la natalidad. Si fijó la posición del Papado sin margen de duda, su contundencia generó no poco rechazo tanto en ámbitos intraeclesiales como ante la opinión pública.
Con el paso de los años, la contestación social inicial ha derivado en una desconexión con las mujeres y hombres de nuestro tiempo, a quienes ni condiciona ni se ven tan siquiera interpelados por lo que pueda defender la Iglesia en materia afectiva y sexual. Los planteamientos inequívocos de ‘Humanae vitae’ fueron desarrollados por Juan Pablo II sin matiz alguno, y con tal asertividad que, aunque el común de los mortales desconozca como tal la encíclica, sí tiene integrado que la apuesta eclesial no tiene nada que ver con lo que piensa, siente y experimenta en su día a día.
La publicación de un nuevo libro que indaga en el ‘making of’ de ‘Humanae vitae’ revela ahora la decisión de Montini de guardar en un cajón un texto alternativo con tintes preconciliares esbozado por un grupo de colaboradores, porque carecía de una mirada pastoral. También saca a la luz un sondeo papal sobre los anticonceptivos y el visto bueno de la mayoría de los obispos que la respondieron.
Ambos aspectos reflejan el empeño de Pablo VI por abordar la cuestión de la natalidad desde la colegialidad y sin verse atrapado por juicios preconcebidos, incluso los propios. De lo contrario, ni habría encargado ese borrador ni habría realizado la consulta sinodal. Pero, sobre todo, habla de un pastor que con independencia de su decisión última se dejó interpelar, que creyó en el diálogo.
Con todo esto, cinco décadas después, cabe preguntarse si no es tiempo para abrirse a un nuevo discernimiento como lo hizo Montini, desde las máximas evangélicas, pero sin dar la espalda a los signos de los tiempos, a tantas familias tan imperfectas como reales que se reconocen en ‘Amoris laetitia’, pero que se descuelgan de ‘Humanae vitae’.
Solo con abordar desde el sentido común y espíritu profético la unión, el amor y la paternidad hoy, sin aspavientos, se daría un salto de madurez eclesial más que significativo. La duda surge de si la Iglesia del siglo XXI tiene espíritu para adentrarse en un ejercicio de revisión y autocrítica. A juzgar por las resistencias a Francisco y su pastoral familiar de acogida, no parece tener ante así un escenario que invite a dejar la tierra firme de las seguridades para navegar, como los discípulos, en el agitado mar de Galilea de las relaciones afectivas, la natalidad, la paternidad y la conciencia.