Tribuna

Encuentro Mundial de las Familias: Dublín apuntala ‘Amoris laetitia’

Compartir

El camino para llegar a Dublín no ha sido fácil. Amén de los retrasos de los vuelos. Y más allá de los casos de abusos que salpican al país. La reforma integral que precisaba la casa de la familia católica. Nunca demolición, pero, cuando desde Roma, alguien decidió que había que hacer obras, descubrió a los pocos días que no bastaba con una mano de pintura. Porque detrás del gotelé descascarillado había algo de carcoma, tuberías obstruidas por las que difícilmente pasaba el agua fresca y puertas que no acababan de encajar en unas molduras que se quedaban estrechas.



La exhortación era plan de obra para quitar las rejas de las ventanas que impedían que corriera el aire. Y, sobre todo, urgía eliminar las vallas para que la comunidad cristiana dejara de ser una urbanización residencial cerrada, ajena a una sociedad de la que –¡vaya usted a saber!– puede contagiarse de cualquier cosa. Hay quien teme un efecto llamada, como en las fronteras con el Sur, y que la Iglesia se llene de familias sin papeles migrantes de realidades que, a priori, no huelen bien y amenazan con el Estado católico del bienestar. Tanto es así que han preferido montar un chiringuito paralelo con el cardenal Burke a la cabeza, sin mención alguna a ‘Amoris laetitia’ y tomando como referencia la Casti connubii de Pío XI. Para nada conciliar. Perdón, conciliador.

El número de mujeres conferenciantes supera al de hombres

La JMJ marital estrena este nuevo plan bajo el lema ‘El Evangelio de la familia, alegría para el mundo’. Con libre acceso. Vuelco del programa con respecto a la cita de Filadelfia de 2015. No le ha sido fácil al equipo del cardenal Farrell. Encaje de bolillos a favor de la integración en los horarios, en los talleres, en las mesas redondas. Así, en el salón reformado del hogar de la Iglesia, tomarán el micrófono una familia de refugiados sirios, una madre con un hijo con discapacidad, las divorciadas del proyecto Santa Teresa de Toledo… Y el colectivo gay, sin lobby, de la mano del jesuita James Martin. Sí, en el programa oficial. Sin complejos ni temores. Sin que tiemblen los pilares. Por cierto, por primera vez, el número de mujeres conferenciantes supera al de hombres, aunque, es cierto, en sus manos no está ninguna de las ponencias principales.

Con sumo celo, eso sí. Para que los que hasta anteayer ejercían de jefes de obra, ahora no sientan que se les deja al margen del tajo. Todos con voz. Pero todos. Por ejemplo, el encuentro de Dublín servirá también para oficializar una red mundial de institutos de las familias, aquellos vinculados a las universidades católicas, que hasta hace dos días eran observadas con cierto recelo en tanto que en su investigación y docencia se atrevían a romper el cordón higiénico.

“Francisco se define a sí mismo como un pecador. Si él se siente así, ¿cómo se puede ser arrogante con los demás, que también son pecadores? Estas cosas tenemos que aprenderlas en la Iglesia, a no condenar, a no alienar, sino a desarrollar ese sentido de saber que todos estamos en camino”, sentencia el arzobispo de Dublín y anfitrión del encuentro, Diarmuid Martin, convencido de que “el Papa nos desafiará en la clausura a ver hacia dónde podemos ir todos juntos”. A las periferias. Con la familia y alguno más. Los de siempre y a quienes se les reconoce hoy su carta de ciudadanía eclesial. Hijos de un mismo Dios. Y, por tanto, con el mismo grado de consanguinidad. Bajo el mismo techo.

(…)

Lea más: