Se han cumplido ya las dos semanas desde que salí de Zaragoza, pero, si me dijeran que fue ayer cuando llegué a Puerto Maldonado, en Perú, me lo creería.
Tantas experiencias, sensaciones, sabores y personas conocidas y, a pesar de ello, el sentimiento es de ilusión por todo lo que queda por conocer, por la incógnita que depara el amanecer del día siguiente y de angustia por la realidad de que el mes avanza, el tiempo pasa y el avión de vuelta se acerca.
Aprender más que enseñar
Yo vine aquí a enseñar y, por ahora, no he hecho más que aprender. Lo primero que aprendí fue a hacer refresco de guacamayo, a poner una mosquitera, a montar en moto-taxi… A ducharme con agua fría aún no he aprendido, pero me voy acostumbrando.
Conocimos el internado de Santa Cruz, gestionado por las hermanas mexicanas (Mónica, Daniela, Patricia y Malena), cuatro mujeres que dejan un rastro de amor allá por donde pasan. Su internado femenino se ha convertido en una institución que hace de hogar para todo el que cruza sus puertas.
Conocimos el seminario, con los chicos preseminaristas que nos acogen cada vez que vamos con un tremendo espíritu de servicio y humildad. Se empeñan en hacerlo con bebidas calientes, cuyo sabor, conjugado con la temperatura habitual de la selva, es cuanto menos innovador para un español norteño como servidor.
Vacaciones que nutren
No sé si con vergüenza o con orgullo, puedo enunciar que estos días están siendo como unas vacaciones con espíritu misionero. Me siento tan feliz en este lugar que no me creo que lo que siento sea “la misión” de la que todo el mundo habla. Yo no he dado nada en comparación con todo lo que he recibido, y yo no soy nada en relación a todo lo que esta gente merece.
La gente de la ODEC, de las parroquias, los niños de Infancia y Adolescencia Misionera, los de Trigo Maduro, los de Young Cáritas, la comunidad de dominicos, las hermanas Misioneras Dominicas del Rosario, Teresa y sus niños y, por supuesto, mis compañeros de misión, María, César, Mariela, Mar, Dioni… son testimonio vivo de la Buena Noticia y constituyen un verdadero milagro.
Hacen que cuando caminas por las calles de Puerto Maldonado, cuando montas en motocarro, cuando das la paz, cuando te tomas un refresco de carambola, sientas la presencia de Dios como si lo llevaras en tu mochila, como si estuviera caminando a tu lado y te llevara de la mano. Señoras y señores, Dios está aquí.