La noticia
En mi fugaz paso por un periódico local he podido dedicar algunos ratos a la hemeroteca. Así en los diarios de hace 50 años de ‘La Gaceta de Salamanca’ he podido encontrar noticias de todo tipo. Junto a la victoria de Massiel en Eurovisión –con despliegue con la letra de la canción y declaraciones en las que la cantante señalaba que la victoria “es un éxito para España y, por lo tanto, para todos los españoles”– encontramos una portada días después sobre nuevos casos “de supuestas apariciones en el Palmar de Troya” –con las declaraciones de un matrimonio de Sevilla que se transformó en la finca cercana a Utrera y dos muchachos jóvenes que iban para hacer una broma y un rayo les sorprendió en la noche–.
Pero lo que me llamó la atención fue la portada del 15 de agosto. Ese día, de hace 50 años, la crónica principal era de la agencia Efe y señalaba que a partir de ese día podrían comenzar a utilizarse “tres nuevos cánones en la misa”. Un anuncio que acababa con el monopolio, extendido durante 12 siglos, del conocido como “Canon Romano” –hoy en el misal se identifica como la primera de las plegarias eucarísticas–.
Estas 3 nuevas anáforas se presentaron en una rueda de prensa en el Vaticano. El encargado de hacerlo fue el benedictino, experto en liturgia y con un papel destacado en la reforma, Cipriano Vagaggini. El monje anunció que ya estaba el texto latino y que en breve comenzarían las traducciones. La novedad principal es que en los nuevos textos se muestran “los beneficios espirituales y pastorales que pueden aportar a la piedad y a la práctica de todas las virtudes cristianas”. En esta decisión ha sido decisivo el hecho de que “la riqueza espiritual, litúrgica y pastoral que puede y debe expresar un canon es de tal naturaleza y abundancia que no puede ni debe encerrarse en una sola fórmula”.
Eso sí, aunque el proceso ha sido meticuloso, el Vaticano no deja de aconsejar que sea el Canon Romano el preferido de las grandes solemnidades y de las fiestas cuyos santos se mencionan en dicha plegaria.
Las tres nuevas
Estas tres nuevas versiones –son las hoy llamadas 2ª, 3ª y 4ª, y a las que más tarde se añadirían las cuatro versiones de la 5ª, dos plegarias cuyo contenido gira en torno a la reconciliación y, finalmente, tres adaptadas para las misas con niños en función de la edad de estos– no son tan nuevas. Con esta decisión, los responsables de la reforma litúrgica –no sin resistencias como se muestran en los libros antagónicos de Annibale Bugnini (‘La reforma de la liturgia 1948-1975’, BAC 2003) y el de Nicola Giampietro con los papales reservado de ‘El cardenal Ferdinando Antonelli y la reforma litúrgica’ (Cristiandad, 2005)– ofrecían de forma oracional la nueva teología conciliar (plegaria III) o rescataban antiguos textos de la tradición litúrgica que en el siglo IV paso de una época de espontaneidad en la composición de las oraciones a una consolidación de los principales textos litúrgicos.
Sin meterse mucho en la historia de la historia, podemos decir que la segunda recupera las narraciones más antiguas de la celebración de la fracción del pan… Por su parte, la cuarta, quizá la menos empleada, rescata para la liturgia romana algunos aspectos de las plegarias orientales –aunque con un esquema muy simplificado– resaltando la Historia de la Salvación. En todas, las palabras de consagración y la invocación al Espíritu se mantienen como elementos básicos de esta que es la gran oración sacerdotal del mismo Cristo. Más allá de los nostálgicos o de los amantes del latín litúrgico –o de ciertas traducciones con sabor a rancio– la liturgia romana encuentra en estas plegaria su preferencia por la sencillez libre de artificio.
La esencia
El teólogo italiano Nicola Bux –quien ha profundizado en muchos elementos de las propuestas litúrgicas impulsadas por el papa Benedicto XVI–, escribió un libro tras la insistencia de Vittorio Messori: ‘Cómo ir a misa y no perder la fe’ (Setella Maris, 2015 –la edición italiana es de 2011–). Frente a lo provocativo del título podemos considerar un libro clásico de espiritualidad eucarística, aunque situado desde algunos de los fenómenos surgidos tras la reforma litúrgica en el posconcilio. Yendo a la parte de la anáfora el describe directamente lo esencial de este momento: “La Consagración es el momento solemne en el que se manifiesta la continuidad perenne de la Eucaristía. Por eso en la misa el sacerdote, personificando a Cristo, repite religiosamente todos los gestos, cuenta lo que ocurrió en la Última Cena, con características, significado e incidencia diferentes a la parte narrativa que precede”. Por ello, el liturgista sugiere que debe hacerse muy evidente el cambio de “tono y posición” mientras se pronuncian “lentamente las palabras de la consagración”.
El papa Francisco, en sus catequesis sobre la misa, el 7 de marzo, habló sobre la plegaria eucarística. Terminaba su discurso señalando que “esta fórmula codificada de oración, tal vez podemos sentirla un poco lejana —es cierto, es una fórmula antigua— pero, si comprendemos bien el significado, entonces seguramente participaremos mejor. Esta, de hecho, expresa todo lo que cumplimos en la celebración eucarística”. Y para ello invitaba a estimular nuestra capacidad de ser agradecidos en toda ocasión, a hacer de nuestra vida un don y alentar “una concreta comunión, en la Iglesia y con todos”.
Ciertamente la teoría y la reflexión teológica –y más con este despliegue de plegarias– es estimulante. Pero, ¿puede vivirse todo esto desde el banco?