“Como hiciste con tus discípulos a orillas del lago, tú, Señor Jesús, quieres mostrarnos un camino de vida para alcanzar la verdadera felicidad: ese camino eres tú. Si te abro la puerta, si te dejo estar presente en mi historia, si comparto contigo mis alegrías y tristezas, experimentaré la paz interior que solo Dios puede dar, un Amor infinito. Jesús, tú me llamas y yo quiero responder a tu propuesta de vida. Y, aunque a veces dude, quiero decidirme por el camino para alcanzar la verdadera Alegría. Si te doy mi ‘sí’, entonces mi joven vida estará llena de sentido y será fecunda. Jesús, ayúdame a tener el valor de ir contracorriente. Ayúdame a tener el coraje para elegir la verdadera felicidad”.
Quería comenzar mi testimonio con esta oración del papa Francisco en la 29ª JMJ porque me ha acompañado durante todas las misiones. Me ayuda a levantarme en los momentos difíciles y me recuerda que estoy en el camino de la felicidad, en el camino de Jesús.
Soy de Córdoba, estudio Farmacia en la Universidad Francisco de Vitoria y vivo en el Colegio Mayor de la Universidad. En ambos ambientes me siento cerca de Dios y los dos me ayudan a crecer en mi relación con él. Conocía el Regnum Christi, pero es la primera vez que realizo apostolado con Juventud Misionera. Esta experiencia me ha hecho darme cuenta de la importancia de vivir el cristianismo en comunidad y de lo bonito que es llevar el evangelio y la experiencia de Dios vivo a otros.
Y dije “sí”
Dije “sí” a la invitación que me hacía Dios a través de mi amigo Menene de ir de misiones a Guinea Ecuatorial, y no puedo estar más contenta. Repetía experiencia misionera tras estar el verano pasado en Etiopía con las Hermanas de la Caridad, pero cada misión, sin duda, es única.
Me resulta difícil poner en palabras certezas que están en mi corazón, pero voy a tratar de hacerlo lo mejor que pueda. Conocer Guinea ha sido un auténtico regalo, pero conocer más a Dios a través de su gente ha sido precioso. He compartido misión con un maravilloso grupo de jóvenes de toda España, con las consagradas Elisa y Paulina, el Padre Borja y Victor. Para ellos solo tengo palabras de agradecimiento y de admiración. ¡Qué bien que haya gente tan bonita y con tantas ganas de donarse y dar lo mejor de ellos mismos a los demás! Han sido un ejemplo y un testimonio de vida para mí y para todos los guineanos.
Como cristiana baso mi fe en la cruz. La cruz en la que Jesús fue crucificado como muestra de su amor me hace seguir el camino de la verdadera felicidad. La cruz está formada por dos palos, uno vertical y uno horizontal. El vertical me lleva al cielo, a Dios y a su amor. Y el palo horizontal me lleva a las personas que tengo al lado en mi día a día, el prójimo. La cruz, sin uno de estos dos palos, deja de ser cruz y deja de tener el inmenso valor que tiene.
Amor a Dios… y a los hombres
Con esto comparo mi fe y mi vida cristiana. Para nada sirve amar a Dios y olvidarnos de los que tenemos cerca y de su sufrimiento porque no es lo que él nos pide. Y amar a los demás, siguiendo una línea horizontal, poniendo a Dios en medio, es una auténtica pasada. Por eso, no concibo el uno sin el otro, y por eso volví a decir sí a entregarme a los demás este verano. Esta es la razón por la que voy de misiones; por amor, por amor a Dios, pero también por amor a los demás.
Sé que Dios no me pide cosas grandes, pues conoce mis limitaciones, pero me pide que haga cositas pequeñas como esta, porque además sabe que son las que realmente me hacen ser feliz, muy feliz. Las misiones me hacen salir de mí, de mis egoísmos, de mis sombras. Me hacen curar heridas y me permiten ponerme por completo al servicio del otro. A veces puede parecer que salir de ti para darte a los demás es olvidarse de uno mismo, pero no es así. Yo siento que, en la medida que más salgo de mí para llegar a las necesidades del prójimo, más me encuentro conmigo misma y con Dios en mi vida. Me conozco, conozco a los demás y me acojo y acojo al otro con limitaciones y con fortalezas.
Hemos estado misionando en la ciudad de Ebibeyin, alojados en el seminario menor con el padre Alipio. Todas las mañanas, después de desayunar, nos íbamos a misionar por distintos barrios de la ciudad y a estar con las familias. Visitamos muchas casas, y nos hemos encontramos con realidades y situaciones muy diferentes, pero todas únicas y especiales. A veces nos hemos sorprendido por cómo la providencia podía hacer que llegáramos al sitio adecuado en el momento adecuado.
Y hablábamos de Dios
La cultura guineana es muy hospitalaria y acogedora, y rara era la mañana que una familia no nos invitaba a comer cacahuete en su humilde salón, nos daban a probar la exquisita yaka o lo que estuvieran cocinando para comer ese día. Compartíamos con ellos un ratito donde hablábamos de sus vidas, les contábamos quienes éramos y por qué estábamos allí… Y hablábamos de Dios.
Solíamos terminar rezando juntos por las intenciones que esa familia tuviera en sus corazones y era un momento muy especial. Además, los invitábamos a las actividades que por la tarde hacíamos en la parroquia. Juegos para los más pequeños, grupo de jóvenes y de adultos para hacer manualidades o simplemente compartir vida. Luego, terminábamos rezando todos juntos un rosario, celebrando una misa y finalmente veíamos una película de las que habíamos seleccionado porque aportaban valores y nos ayudaban a entender otras realidades y empatizar con otros sufrimientos.
Ver cada tarde las sonrisas de esos niños que venían ilusionados a estar con nosotros nos ha dado la vida, nos ha hecho recordar que la felicidad está en las cosas pequeñas, en los detalles, en el cariño y en darnos a nosotros mismos. No teníamos nada más que dar que no fuera nuestro amor, nuestra presencia y nuestro cariño, y eso me hace experimentar un tipo de felicidad que me cuesta encontrar en mi vida diaria, a pesar de estar rodeada de lujos y cosas materiales.
Mi enfemedad, mi donación
Los últimos cinco días de misiones caí enferma. He tenido malaria y fiebre tifoidea, y he estado ingresada cuatro días en un hospital en Guinea. Mi enfermedad ha formado parte de la donación, formaba parte del plan de Dios y ha sido una experiencia más. Para nada lo he vivido como algo negativo; al contrario, ofreciendo y agradeciendo todos los cuidados y atenciones de mis compañeros y en especial a los de Paulina, Menene, Elisa y Carmen, que han pasado horas conmigo en el hospital. He podido conocer en primera persona el sufrimiento y el dolor físico de las enfermedades tropicales y así ponerme más en el lugar de estas personas y entender a fondo su realidad. Sin duda, esto me hace valorar más todo lo que nos ha sido dado.
Las misiones no acaban aquí; de hecho, yo diría que ahora empieza la parte más importante. Nuestra verdadera misión está en nuestro día a día, valorando lo que tenemos y haciendo un uso consciente de las cosas. Misionar es estar cerca de los demás, de sus preocupaciones, de sus sufrimientos y llevar a Dios a las personas que tenemos cerca. Dar la mano a los que tenemos a nuestro alrededor para que caminen con nosotros en “un camino de vida para alcanzar la verdadera felicidad: ese camino es Jesús”.