La publicación del así denominado “testimonio” de Mons. Carlo Maria Viganò es un acontecimiento extraordinariamente grave de la vida reciente de la Iglesia. Cierto es que, con esta publicación, el autor se descalifica a sí mismo, poniendo en evidencia su acrimonia injustificada y torticera hacia el Santo Padre y sus colaboradores inmediatos en el cuerpo de gobierno de la Iglesia, que es la Sede Apostólica, su gravísima deslealtad a las altas encomiendas que la Iglesia puso en sus manos, y su capacidad de tergiversar hechos y acontecimientos, característicos del talante de un hombre despechado y manipulador.
Con todo, atendiendo al posible escándalo de los no avisados, o al farisaico escándalo de aquellos malintencionados que propalan cuanto pueden para desacreditar con plena advertencia al papa Francisco y a sus colaboradores, haciéndolo de un modo cada vez más descarado, conviene levantar una voz de rechazo frente a esta marea malevolente y, al mismo tiempo, una llamada al “sentir con y en la Iglesia”, característica de todo buen cristiano. En efecto, no se puede pensar en algo más deletéreo que este tipo de comunicados, en los que, bajo especie de pretendida justicia y trasparencia, se lesiona la confianza en el Pastor de la Iglesia universal con un mosaico de datos arteramente presentados al servicio de un intento perverso de deslegitimar todo el gobierno de la Iglesia.
El autor de la carta es perfectamente conocido en los ambientes romanos. Ya fue autor de revelaciones indebidas en fecha anterior. Mas el Papa tuvo la santa paciencia de mantenerlo en la representación pontificia de Washington hasta su jubilación. Una paciencia correspondida con una gravísima deslealtad, conculcando la fidelidad a los deberes asumidos.
Una bomba calculada
Cuando se obra movido por recta intención, de ninguna manera se procede de esta manera: 1) Aventando en público lo que se ha jurado mantener en el secreto de oficio y en la confidencialidad de las relaciones de gobierno. 2) Tratando de un modo inmisericorde personas y modos de proceder con estimaciones totalmente ajenas a la intención de aquellas, sobre todo en lo que se refiere al Santo Padre. 3) Arrojando una visión de conjunto del gobierno de la Iglesia y de su cabeza visible poco menos como si se tratara de una asociación criminal.
No cabe bajar al detalle de la consideración de los elementos a los que se refiere su prolijo relato. Porque es su conjunto el que está enhebrado con la siniestra intención de desacreditar al Papa. Arrojando una bomba con un tempismo y en el contexto de una circunstancia calculados para alcanzar una maligna difusión. El relato de Viganò proyecta una sombra maledicente sobre el gobierno de la Iglesia en los pontificados en los que se ha desarrollado su servicio en la Santa Sede. La historia va poniendo en luz la insobornable honestidad de los papas anteriores. Actuaron con los elementos de los que pudieron tener conocimiento para erradicar el flagelo de los victimarios entre los sacerdotes, y para curar los desmanes procurados por los abusadores sexuales, de poder, de autoridad y de conciencia.
Pero a nadie se le oculta el singular arrojo evangélico con el que el papa Francisco ha tenido que afrontar en su gobierno esta lacerante llaga. Sin mirar jamás para otro lado. Con la prudencia y discernimiento propios de quien debe llegar a aclarar hechos y actuaciones antes de tomar las adecuadas disposiciones. Con la firmeza de deponer a sus autores con el grado de autoridad que tuvieran. Con la ternura y compasión de ser alcanzado por el dolor de las víctimas, más allá de toda barrera burocrática y estamental. Con el permanente compromiso de educar en todo momento a todos, particularmente a los pastores. Con la impresionante libertad de moverse fuera de cálculos estratégicos que pudieran afectar a su propia imagen, sin otra mira que su corazón puesto en el bien de la Iglesia y del Pueblo de Dios a él confiado.
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