Llevo un par de semanas revisando esta nueva ola de escepticismo y ansiedad que genera una noticia de hace 16 años. Esta historia de abuso sexual que para muchos es la ocasión perfecta para el distanciamiento y la venganza moral. Para otros, evoca un suspiro por lo complicado que se vuelve comunicar la alegría del Evangelio con un interlocutor que está, por decir lo menos, a la defensiva.
Algunos más pensamos que dado que la historia de religión institucionalizada está plagada de horrores y sabiéndonos personas de buen corazón, la opción razonable es recluirnos en el trabajo personal, volvernos simplemente espirituales, y hacer de lado la religión. ¿Cierto? Pongo a tu consideración que quizá ese pensamiento sea un error. Pues en un bote que hace agua, escuchar la otra parte de la historia, es un paso necesario para religar la intimidad.
En un bote que hace agua
Primero, estamos todos juntos en esto. Tras el escándalo, veo pena ajena, silencio e incomodidad en mis interacciones personales en la parroquia. En medios sociales, todos los días veo “posts” y memes que promueven generalizaciones infundadas, noticias falsas y mofas. Pregunto qué ganan con esta campaña. Pues acabar con la iglesia, me dicen. Supongamos por un momento que eso fuera posible: muy bien, ¿Y luego, a quién iremos? El Estado ciertamente no ha destacado por su capacidad para formar líderes cívicos y los políticos no se distinguen por su virtud.
Además, guardar silencio frente a la mentira no solo es cobardía, sino también imprudencia. Cuando mucha gente escucha un solo lado de la historia, es cuando inician el estereotipo, el perjuicio y la discriminación que tanto daño nos hacen como humanidad. En un mundo donde la mentira divisiva se propaga deliberada y sistemáticamente, la Verdad del encuentro no puede callar. Como dijera Martin L. King: o aprendemos a vivir juntos como hermanos, o todos pereceremos como tontos (Washington, 2003).
La otra parte de la Historia
Cada día me convenzo más de que este escándalo de pedofilia no pasará. Se sumará a esta procesión de horrores históricos que incluyen los refunfuños e idolatrías de los recién salidos de la esclavitud egipcia, la apostasía y el linchamiento de los profetas, las cruzadas, las quemas en la hoguera, y por supuesto la misma crucifixión de Jesucristo. Y tampoco es que el mundo de lo no-católico sea un desfile de virtudes, ya que de este lado apilamos rápidamente canibalismo, sacrificios humanos, genocidio, civilizaciones arrasadas y guerras sin fin. Todos ellos revelan que esta posibilidad por lo atroz se materializa en el momento que nos olvidamos de nuestra fibra espiritual. El oleaje no cesará y solo hace que comunicar el mensaje de redención se vuelva aún más interpersonal, más necesario y más urgente.
Pero no todo son sombras y tragedias en la vida colectiva. Sabemos por la gran tradición que la historia es en primer lugar un gran acto de amor primigenio e inquebrantable por parte de Dios hacia ti y hacia mí. Pero también es una hermosa narrativa de cómo algunos de nosotros hemos decidido responder a esa zarza ardiente en nuestro corazón y compartirla con otros.
La historia también nos muestra que la alegría expansiva alcanza Corinto, Hirado y Uruapan, así como la que entrega sin restricciones se repite en las provincias romanas, en Omaha Beach y en San Salvador. Escuchamos la Palabra por medio del arte en Florencia, en la aguda razón que surge del pueblito de Aquino y en camino del discernimiento que se refina en Loyola. Renace nuestra justicia social al atestiguar Asís, reflexionar sobre Hipona y observar a Calcuta. Y todo nos inspira a una mejor vida en Medellín, Buenos Aires, Houston y Madrid. Una vez más, el Reino no es de este mundo. La Iglesia es palabra, culto, comunidad y servicio. Para todos, hasta lograrlo. Y a eso le decimos catolicismo.
Religar la intimidad
En un sentido más profundo, también es de sabios dejarse ayudar. Es curioso que aunque nos gusta asistir a quienes vemos varados en la orilla del camino, difícilmente estamos dispuestos a recibir auxilio de alguien más. Aún estando en aprietos optamos por conducirnos solos. Y no hay nada de malo en tomar el liderazgo en nuestro propio desarrollo. Es solo que una espiritualidad solitaria se presta a múltiples errores, desvaríos o zonas de confort y justo cuando esté en alguno de ellos es cuando más necesitaré que alguien me ame sin parar.
¿Qué tal si pudiera hacerme acompañar de las personas más brillantes, espirituales y solidarias de la historia? Escucharía a Tomás aclarar mis dudas sobre la naturaleza de Dios. Aprendería de Patricio el modo de transmitir la buena nueva a pesar de ser un esclavo inmigrante. O me inspiraría en Juana, profesándole un amor ejemplar a su patria. ¡Santos testimonios! que reconectan nuestro contexto con lo esencial.
Y en el centro de todo, duele cuando el escéptico cuestiona el mérito de nuestra teología y clama que la religión es una máquina de control social. Nos duele mucho, no porque los argumentos sean correctos, sino porque el daño es real. Sin titubeos necesitamos detener el mal, corregir y prevenir. Pero no en privado, ni con miedo. Sabiéndonos parte de un Cuerpo Místico, hemos de incitar al escéptico a sumergir el dedo en nuestra llaga e invitarle a escudriñar nuestro costado (Jn 20,27). Pues sabemos que nuestra esperanza no se centra en monumentos ni jerarquías terrenas, ni la fe es un bagaje histórico del pasado. Nuestro amor es súper natural y emana de la realidad del Resucitado.
Referencia: Washington, J. (Ed). (2003). A Testament of Hope: The Essential Writings and Speeches of Martin Luther King.