A las 16:30 horas de hoy, 3 de octubre, ha dado comienzo la primera conferencia general de la XV Asamblea general Ordinaria del Sínodo de los Obispos. Durante su discurso de apertura, el papa Francisco ha tenido muy presente el papel de los jóvenes, “cuya presencia emana una positividad y entusiasmo capaces de invadir no solo esta sala, sino la Iglesia del mundo entero”.
Precisamente a los jóvenes asistentes les ha agradecido su valor para ser la voz de todos aquellos que no podían estar presentes pero, sobre todo, por el coraje de haber apostado por que “vale la pena sentirse parte de la Iglesia y entrar en diálogo con ella”. Una Iglesia, para Francisco, “capaz, a pesar de las debilidades humanas y la dificultad, de brillar y de transmitir el atemporal mensaje de Cristo”.
El Papa ha subrayado que el camino de preparación para este Sínodo ha puesto de relieve “una Iglesia ‘en deuda de escuchar’, también hacia los jóvenes, que a menudo sienten que la Iglesia no está incluida en su originalidad y, por lo tanto, no son aceptados por lo que realmente son, y en ocasiones incluso son rechazados”. Así, ha subrayado que este Sínodo “tiene la oportunidad, la tarea y el deber de ser signo de una Iglesia que realmente escucha, que se deja cuestionar”. Y es que, como ha señalado, “una Iglesia que no escucha se muestra cerrada a la novedad, cerrada a las sorpresas de Dios y no puede ser creíble”.
“El encuentro entre las generaciones puede ser extremadamente fructífero para generar esperanza”, ha expresado. En cuanto al objetivo de este Sínodo, Francisco pretende que no se quede solo en un documento “leído por unos pocos y criticado por muchos, sino, sobre todo, propuestas pastorales concretas”.
“Estamos viviendo un momento para compartir”, ha dicho. Al mismo tiempo, ha invitado a todos los presentes a hablar “con valentía, es decir, integrando la libertad, la verdad y la caridad”, y ha recordado que “una crítica honesta y transparente es constructiva y ayuda, mientras que la palabrería inútil, no lo hace, como tampoco los rumores, las falsedades o los prejuicios”.
Un momento para el diálogo
“Al coraje de hablar debe corresponderle la humildad de escuchar”, ha señalado Francisco, pidiendo a su vez que todos los participantes en el Sínodo tuvieran la disposición necesaria para “cambiar sus opiniones gracias a lo que han escuchado de otros”. Y es que, para el Papa, esta capacidad para replantearse la propia opinión “es un signo de gran madurez humana y espiritual”.
Para poder alcanzar el diálogo, Francisco ha recomendado dejar atrás “prejuicios y estereotipos”, ya que esto puede suponer un gran obstáculo en el diálogo entre generaciones. “Cuando pensamos que ya sabemos quién es el otro y qué quiere, entonces realmente debemos luchar por escucharlo seriamente”, ha subrayado.
“Desatender el tesoro de experiencias que cada generación hereda y transmite a la otra es un acto de autodestrucción”, ha dicho. Por este motivo, ha instado a los adultos a “superar la tentación de subestimar las habilidades de los jóvenes y juzgarlos negativamente”, mientras que ha recomendado a los jóvenes a “superar la tentación de no escuchar a los adultos y considerar a los ancianos como cosas antiguas, pasadas y aburridas”.
Acabar con el clericalismo
Tanto la escucha como superar estereotipos y prejuicios es, para Francisco, una forma de luchar contra “el flagelo del clericalismo”, el cual surge de una visión de las vocaciones “elitista y excluyente, que interpreta el ministerio recibido como un poder para ejercer en lugar de un servicio gratuito y generoso para ofrecer, y esto nos lleva a creer que pertenecemos a un grupo que tiene todas las respuestas y ya no necesita escuchar y aprender nada”. En definitiva, el Papa ha definido el clericalismo como “una perversión raíz de muchos males en la Iglesia” ante la cual hay que “pedir humildemente perdón y, sobre todo, crear las condiciones para que no se repita”.
El Papa tampoco ha olvidado uno de los puntos esenciales de este Sínodo: el discernimiento. “No es un eslogan publicitario, no es una técnica organizativa ni una moda de este pontificado”, ha subrayado. El discernimiento es “un acto de fe, el método y al mismo tiempo el objetivo que nos fijamos, basado en la convicción de que Dios está trabajando en la historia del mundo, en los eventos de la vida, en las personas que conozco y que me hablan”.