En el mes de mayo de este año, Mons. Georg Gänswein, secretario de Benedicto XVI, presentaba, ante el senado italiano, el libro Liberar la libertad: Fe y política en el tercer milenio, el cual reúne varios textos del papa emérito y trata de la relación entre fe y política. Además, el prefacio lleva la firma del papa Francisco y critica al marxismo como también la “ideología de género”. Efectivamente, ante tales temáticas, la cuestión del amor y sus bemoles siempre terminan por sepultar el eterno anhelo humanizante de “amar y ser amados”. En el prefacio el papa Francisco dice sobre la ideología de género: “el peligro de la colonización de las conciencias por parte de una ideología que niega la certeza profunda según la cual el hombre existe como varón y hembra, a quienes ha sido asignada la tarea de la transmisión de la vida; esa ideología llega a considerar lógico y lícito cancelar lo que ya no se considera creado, donado, concebido y generado, sino hecho por nosotros mismos”.
Actualmente, como sociedad, constatamos que la ideología de género avanza, saltando escollos, con una inusitada rapidez. Sus simpatizantes comenzaron equiparando el matrimonio con la unión de las parejas del mismo sexo. Y ahora van por más, ya que también sienten que tienen derechos a la adopción de niños y al alquiler de vientres, esto con el objeto de conseguir ciertas prerrogativas para estas uniones que −por razones obvias− la naturaleza no les puede dar. Así, al tener hijos, pueden constituir una familia normal. Son muchos los países que, a través de la política y las leyes, quieren avalar estas opciones de vida; no obstante, las ambiciones de estas parejas no se quedan atrás, y ya no basta con adoptar… siempre se quiere algo más. Un caso bullado fue, en Brasil, donde tres mujeres habían formalizado su unión en matrimonio ante un notario y manifestado que una de ellas deseaba quedar embarazada por medio de la inseminación artificial. Las tres mujeres exigían ser consideradas madres de la criatura y, por supuesto, ser valoradas con los mismos derechos de una mujer que ha generado un hijo, como una madre.
La ideología de género sostiene que el concepto de hombre o mujer responde a algo cultural y no es consustancial con la naturaleza de cada persona. Agrega que la noción de matrimonio compuesto por solo dos cónyuges es algo del pasado; entonces, queda abierta la puerta, y podemos lograr las combinaciones de uniones que jamás habíamos imaginado, por ejemplo: un hombre y dos mujeres, dos hombres y una mujer. Políticamente, estas formas de unión tienen su propio término correcto: “matrimonio poli afectivo”, ya ni si quiera es poligamia gay. Es decir, si cualquier grupo de personas puede ser considerado “matrimonio”, lamentablemente, se estará desvirtuando por completo el concepto de familia y, más aún, su esencia como tal: la unión amorosa entre un hombre y una mujer.
Si la sociedad en general aprueba estas formas nuevas de constituir una unión con el rango de “familia”, entonces, estaremos afectándola en su conjunto, puesto que olvidamos de que en cada hombre y mujer se encuentra la presencia del Espíritu, que solo espera la oportunidad para humanizarnos (2 Cor 6, 16). Sin duda, la ideología de género pretende ignorar los principios de la Ley de Dios. Lástima que hoy en día, los derechos básicos de convivencia se deciden por la opinión, a veces muy manipulada de la mayoría, sin importar los límites. Y si a esto le sumamos el relativismo imperante entonces se agudiza más la crisis de la verdad absoluta. Por tanto, si un derecho va a depender de lo que diga la mayoría o las modas, sin los términos marcados por la palabra de Dios o sin ninguna restricción moral, vamos al precipicio de dramáticas situaciones: el no nacido no posee derecho a nacer, el suicidio asistido ya es una realidad, la legalización para alquilar vientres es un hecho, y la mujer pasa a ser una mercancía, donde hipoteca el hermoso don de ser madre.
Por consiguiente, el concepto de hombre y mujer deviene algo relativo y cultural, sin ninguna validez, ya que cada uno elige qué género quiere ser. Hoy alcanzamos un estado de convivencia, donde se vive como si Dios no existiera. Una sociedad que solo quiere regirse por sí misma y, lo que es peor, por lo que las “masas” opinan. De esta manera, los excesos de las mayorías por sobre las minorías acabarán por limitar a quienes deseen vivir en el “orden” que dispuso Dios. Es urgente volvernos a Dios y contemplar lo que nos dice su Palabra, sino los excesos de la ideología de género terminarán sepultando la perspectiva amorosa entre un hombre y una mujer como Dios lo pensó y creó: la imagen más perfecta del amor de Dios a los hombres, pues sin amor la humanización es inviable.