Cuando cambia la situación de la mujer, el mundo cambia: así lo escribe Anne-Marie Pelletier en el pequeño pero denso libro ‘Una fede al femminile’ (Bose, Qiqajon, 2018, páginas 96, 10 euros) que incluye algunos ensayos publicados por ella sobre mujeres e Iglesia. De hecho, su perspectiva sobre el tema es muy amplia, no se limita a denunciar la evidente ausencia de mujeres en la institución en los niveles consultivo y decisivo, sino que profundiza en sus causas y consecuencias.
Entre las causas culturales, denuncia una en concreto sobre la que rara vez se repara: en la palabra profética encontramos como recurso frecuente la metáfora nupcial, lo que explica todo tipo de alianza con la experiencia de la vida matrimonial. Pero el paralelo entre Dios e Israel y entre el hombre y la mujer sugiere una afinidad entre lo masculino y Dios, confirmando en el primero los privilegios del poder.
Por otro lado, el uso de metáforas femeninas para referirse al pueblo favorece el enraizamiento de lo femenino en el registro de la humanidad propensa a la culpa, ya que se le atribuyen muchos episodios de infidelidad. Incluso a la iglesia, cuando se revela como pecadora, se le presentan dos imágenes relacionadas con lo femenino, la adúltera y la prostituta. De esta manera, se difunde sutilmente la convicción de que la mujer es débil, más fácil de engañar, y que, en consecuencia, es correcto no considerarla capaz de cubrir roles de autoridad.
Esta opinión negativa también coexiste con el uso eclesial de reconocer grandes méritos para el eterno femenino, comenzando por el ‘genio femenino’, una actitud que aleja el verdadero reconocimiento de las cualidades concretas de las mujeres.
“La trampa del sacerdocio femenino”
Sobre el tema del sacerdocio, Pelletier ha sostenido durante mucho tiempo que no debemos caer en la trampa ideológica de pedir el sacerdocio femenino, como si fuera solo la igualdad de carreras lo necesario para garantizar la igualdad entre los sexos, mientras que la diferencia entre mujeres y hombres no debería ser necesariamente pensada como una diferencia en el sentido jerárquico, incluso si esto sucede.
Para la académica francesa, el sacerdocio ordenado debe repensarse radicalmente mediante una reevaluación del sacerdocio bautismal, evitando así las interpretaciones que lo acercan a los desafíos del poder mundano, ya sea para defender o para conquistar, las matrices del clericalismo.
Para las mujeres cristianas, por lo tanto, se abre la posibilidad de vivir el sacerdocio bautismal, y que ella define como “esencial”, un sacerdocio “que se ejerce en el realismo encarnado de la vida cotidiana, donde se trata de servir al otro, siguiendo el ejemplo de Cristo” y “también es un testimonio para todos de que en la Iglesia no hay otro ministerio que el servicio, y cada ministerio no es más que una organización para el servicio”.
Mujeres contra el clericalismo
De hecho, Pelletier está convencida de que solo una nueva eclesiología, que adopte un centro de gravedad bautismal y no clerical, puede ofrecer un antídoto real contra el clericalismo. Y hasta tiene el coraje de escribir que el clericalismo actual presenta puntos de contacto con el la reivindicación hecha por grupos de mujeres para acceder al sacerdocio.
Esta y otras reflexiones son ideas creativas, que llevan a repensar el tema de las mujeres de una manera diferente, y esto “puede tener repercusiones importantes y positivas sobre cómo considerar el cuerpo eclesial como un todo”. Porque, en el origen de las reflexiones de Pelletier, hay una pregunta esencial: “¿Qué contribución específica ofrecen las mujeres a la conciencia de que la Iglesia debe tener de sí misma?”.
Precisamente por esta razón, la Iglesia debe escuchar a las mujeres, no simplemente porque es un acto de justicia, sino porque las mujeres realmente viven ese rostro de la Iglesia sirviente y pobre, maternal, el rostro que los sacerdotes exaltan en sus discursos pero que apenas viven en los hechos.