Los tiempos de confusión que nos toca vivir se caracterizan entre otros aspectos porque la inseguridad económica, el descrédito de la clase política y las dudas acerca de entidades e instituciones consideradas hasta hace poco referentes –de las que no se libra la Iglesia católica- hacen aflorar el sentimiento de vulnerabilidad de una ciudadanía de la que los populismos intentan sacar rédito con evocaciones fuertemente emotivas y esencialismos excluyentes que dividen, enfrentan y crispan.
Es en estas coordenadas de “miedo líquido” en expresión de Bauman, donde cristianas y cristianos estamos llamados a no dejarnos llevar por el desánimo y transmitir una esperanza diferente, reciamente asentada en el (la) Espíritu. Una Esperanza que se alimenta preferentemente desde los espacios comunitarios. Una esperanza capaz de contagiarse a la sociedad desde nuestra condición de ciudadanos y ciudadanas.
Las parroquias tienen, en esa tarea, una función central si son capaz de facilitar el desarrollo y funcionamiento de comunidades de laicos y laicas. Muy especialmente si se trata de parroquias diocesanas. Para que ello sea posible, empero, ha de darse un ingrediente esencial que no es otro que la confianza.
¿Existe confianza en el laicado?
La pregunta es, si existe esa confianza en el laicado por parte de nuestros obispos y párrocos. O dicho de otra manera: hasta qué punto se desea en diócesis y parroquias un laicado maduro que no se resigna a ser “pastoreado” -a veces desde paternalismos exasperantemente infantilizantes- sino que quiere y puede sentirse Iglesia y desea construir Reino de la mano de las demás vocaciones.
Cabe asimismo preguntarse hasta qué punto existe la madurez suficiente en algunos presbíteros para caminar codo con codo en este trayecto con los laicos y no encerrarse en espacios de poder pequeños. Por último, cabría preguntarse si en los seminarios diocesanos se cultiva esa confianza y colaboración con las demás vocaciones.
En estos días en que se celebra el día de la Iglesia Diocesana, es importante reconocer el trabajo de muchas laicas y laicos que no se resignan a ser “0,0” en la Iglesia. Reconocer la labor de todos los sacerdotes que dejan hacer, que promueven, que apuestan por las comunidades cristianas sin miedo a que pueda parecer que “pierden poder”. Recordar a tantos y tantas que han sido injustamente tratados y se han alejado de la Iglesia por esa falta de confianza. Es momento de recrear y recuperar nuestras parroquias para lo comunitario y desde ellas poder transformar nuestros barrios , nuestra sociedad y nuestra Iglesia.