El Papa ha nombrado obispo de Ávila a José María Gil Tamayo, justo cuando cumple los preceptivos cinco años como secretario general de la Conferencia Episcopal Española y tan solo a un par de semanas de poder ser reelegido. La Iglesia no solo reconoce su entrega en la sala de máquinas del Episcopado, también su servicio como comunicador situándole al frente de la diócesis de santa Teresa de Jesús. Este respaldo le situaría en la parrilla de salida para revalidar su cargo. Sin embargo, ha cerrado la puerta para dedicarse “completamente” al pastoreo.
Con el discreto respaldo del presidente Ricardo Blázquez, entre los méritos de Gil Tamayo se encuentra el haber puesto las bases para que la Conferencia interprete la partitura pastoral de Francisco. Sin embargo, no siempre ha logrado encontrar el eco o la sintonía que sería deseable y ha palpado la falta de afinación de quienes siguen anclados a un modelo eclesial ajeno a los signos de los tiempos, identificado con un clericalismo personalista y de confrontación. El secretario saliente ha sabido soportar estos envites sin aspavientos, sin perder de vista la sinodalidad franciscana. Sin embargo, las resistencias se han traducido en desgaste personal, pero sobre todo en el hecho de que el plan pastoral vigente y la reforma interna de la Conferencia no hayan dado el salto deseable al ritmo que propone Roma.
Este es el escenario al que se enfrenta su sucesor. O mejor dicho, son las coordenadas de las que parten los obispos para decidir en manos de quien dejan la nada desdeñable responsabilidad de la Secretaría General. No es tiempo de experimentos con gaseosa sino de altura de miras. No primar la comunión y perderse en una batalla por el control de la secretaría general no lo pagarán caro los obispos, sino los católicos de a pie y la ciudadanía en general.De puertas para adentro, de sus votos depende ahondar o frenar la colegialidad para caminar juntos hacia una verdadera Iglesia en salida. Hacia afuera, su decisión influirá en el diálogo con la opinión pública, si se prima el temple, la audacia y sagacidad en la propuesta del Evangelio o si se aferra a postulados combativos.
Las actuales turbulencias sociopolíticas, que abarcan desde la exhumación de Franco a la sombra de los abusos pasando por las inmatriculaciones, requiere además de una transición en la Secretaría ágil en los tiempos y serena en las formas. Cualquier despiste de los obispos, evidenciar falta de unidad, errar en materia comunicativa o cuestionar el apoyo al que será el interlocutor más reconocido y reconocible ante los poderes públicos puede acarrear una hipoteca de credibilidad a la que la Iglesia no está en condiciones de hacer frente.