(Alberto Iniesta– Obispo Auxiliar emérito de Madrid)
“Lo mismo que el mar, el monte o la montaña, el cielo nublado es uno de esos grandiosos espectáculos que nos ofrece Dios para expresarnos su poder, su amor y su fecundidad”
Este verano se está celebrando en Zaragoza una importante exposición temática sobre el agua, ese elemento vital para los hombres, los animales y las plantas. Supongo, como es lógico, que no se habrá tratado de las nubes, aunque son las verdaderas madres de las aguas, y no los grifos, los manantiales ni los ríos.
Las nubes son hermosas y fecundas. Allá en lo alto, pasan y se pasean sobre la tierra, cruzando libremente límites y fronteras, dejándose ver por todo el mundo, desde el que se pasea por el campo al tetrapléjico que está como atado a su cama, pero junto a la ventana.
Las nubes no se olvidan de este suelo, abismadas en sus cielos, sino que se preocupan de nosotros, los animales, los hombres y las plantas, como una buena madre que alimenta a los hijos a sus pechos. Dentro del juego de fuerzas de las leyes de la naturaleza, que Dios no quiere ningunear ni los hombres podemos controlar, unas veces las lluvias son mansas y benéficas, mientras que en otras ocasiones son destructoras y salvajes. Pero aun en estos casos, hay que recordar que mirando la creación a largo plazo, son las nubes las que han mantenido el milagro de la vida en la tierra, único en un espacio de millones de años luz.
Y hay otro aspecto maravilloso de las nubes, que es su continua variedad y sus innumerables formas. Aunque cualquier rincón del planeta es siempre hermoso y tiene una inmensa variedad de aspectos, con los cambios del día y estaciones del año, aun así, es posible que alguno alguna vez se canse ante el mismo paisaje. En cambio, las nubes no se repiten nunca. Ejércitos de ángeles pintores y decoradores están continuamente cambiando el escenario. Lo mismo que el mar, el monte o la montaña, el cielo nublado es uno de esos grandiosos espectáculos que nos ofrece Dios para expresarnos su poder, su amor y su fecundidad, mientras caminamos hacia el cielo del Reino de los Cielos.