Tenía 65 años y una orden de desahucio que le oprimía el pecho. Por eso se tiró del quinto piso en cuanto sonó el timbre. Fue hace diez días, no una década, cuando estalló la burbuja inmobiliaria y España se sumió en su crisis económica y financiera más cruel.
Unos días antes, Cáritas reclamaba políticas públicas para sacar de la calle a 40.000 personas que no tienen hogar y recordaba que la España que se jacta de su recuperación económica desahuciaba durante 2017 a cuatro familias cada hora.
Pensaron que el principal problema de este país eran las inmatriculaciones o la clase de Religión y, cuando despertaron, la ultraderecha ya estaba allí, instalada en el parlamento, como antes lo había hecho la ultraizquierda, y ojalá no empiecen a citarse pronto en la calle.
No escucharon los bramidos llegados desde Europa o no supieron desentrañarlos. El populismo corroía la Europa de los derechos y sus Estados miembros miraban para otro lado. Así estaban cuando Trump saqueó el granero demócrata con un voto del miedo que alimentaba un nacionalismo de clase, como también empezó a crecer aquí. Con la crisis también de fondo.
Pero esto no es solo cosa de un populismo de derechas. En Italia, ambos polos sellaron una alianza eurófoba y xenófoba, es decir, contra los burócratas y los extranjeros, porque el miedo necesita poner cara a lo que hay que temer. Y el desasosiego y la incertidumbre ante el futuro que ha dejado una década de crisis económica muy mal digerida, ha puesto rostro a sus males y encontrado a partidos para canalizar esos sentimientos. De nuevo habrá que recordar ‘es la economía, imbécil’, y que el hambre, la inseguridad y no tener nada que perder, son el auténtico motor de las revoluciones.