Seis meses después de la llegada del Aquarius al puerto de Valencia con 629 migrantes a bordo, aquella oleada de acogida se ha esfumado. Más allá de la entrega callada de la Iglesia y de otras ONG, la realidad es que los refugiados que permanecen en nuestro país llevan cinco meses esperando el asilo y subsisten como pueden mientras se preparan para integrarse en el mercado laboral.
Aquella proclama solidaria del Gobierno socialista se ha tornado en un espejismo, al igual que la esperanza en activar los corredores humanitarios. Así lo ha constatado el pesquero español Nuestra Madre Loreto, que ha permanecido a la deriva en el Mediterráneo sin puerto de acogida durante dos semanas, con más de una decena de náufragos que rescató. Y es que sacar la cara por el extranjero no es ni mucho menos rentable electoralmente, como ha puesto de manifiesto la irrupción de Vox en el Parlamento andaluz, siendo la fuerza más votada en las poblaciones con mayor población migrante. Fenómenos todos ellos desconcertantes que hablan de una sociedad que levanta sus muros al diferente, al que se considera una amenaza, una dinámica que la Iglesia insta a romper a golpe de Doctrina Social a pie de calle.