SÁBADO 1. Mañana. Retiro de Adviento. Luisa Berzosa. Invitación a despojarse. A desnudar incluso esa pretensión tan propia de este tiempo de llenarse de propósitos, de deseos de ponerse en camino. Vaciarse. En el silencio. Punto de partida para acoger sin condiciones al que ha de venir.
Tarde. Congreso de marketing religioso. Primer mandamiento: no demonizar una disciplina que tiene mucho que decir a la Iglesia. Una nueva vía para aplicar la santa astucia. Natalia lo sabe. En su trabajo diario se dedica a pensar cómo colocar en el mercado a Fairy, la marca de lavaplatos de referencia en España. Y lanza una advertencia: “El primer pecado que hemos cometido con Fairy, y que también hemos tenido los cristianos, es el de la soberbia: pensar que todo el público conocía nuestro producto y nuestro mensaje”. Tomo nota.
DOMINGO 2. Vox. Doce diputados en el Parlamento andaluz. De sopetón. No hay radiografía alguna sobre el perfil de un votante que hasta anteayer no existía. Hay quien tiene su tesis de antemano: el voto católico conservador. No caería yo en un argumento tan genérico. Un mensaje de un amigo me da la pista de que el arco es mayor: “Gracias Mariano. Gracias Pedro. Gracias Pablo”. Los otros indignados. El otro Trump.
LUNES 3. Mesa redonda sobre la vida religiosa. A raíz del libro-entrevista de Fernando Prado al Papa. Le sacan los colores al padre Aquilino –perdón, al cardenal Bocos– cuando le recuerdan los elogios que Francisco le hace sobre el papel. “El Papa se ha excedido un poco”, bromea. “Simplemente he prestado un servicio tranquilo y sereno, dentro de mi propio carisma claretiano. Es el Papa quien tiene un entrañable amor a la vida consagrada”.
MARTES 4. Nacho no es dado a entrar al trapo. Tiene prácticamente su comunidad. Acompañado. Integrado. Dejándose la piel. Pero hoy no lo ha podido evitar. Ha leído un titular sobre el libro papal. Me escribe. “No logro comprender muy bien cuál es la obsesión de la Iglesia católica con el tema de la homosexualidad. Una obsesión que yo pensaba que, poco a poco, se estaba superando. Ingenuo de mí”. Se siente fuera. Me entristece. Porque sabe de lo que habla. Porque sé de su lucha por no contagiar los clichés eclesiales entre el colectivo LGTBI. No es un outsider. Le pido perdón. “¿Y tú? ¿Por qué? Los creyentes nos tenemos que tragar estas cuestiones… y punto”.