Creo que, como media sociedad española, estoy muy impactada por el asesinato de Laura Luelmo. Que salir sola a las cuatro de la tarde sea un riesgo si eres mujer hace que me invada una mezcla de rabia e impotencia que ahora mismo me une a muchas personas que sienten algo parecido. Pero, además de estos sentimientos, esta mala noticia también me ha hecho contactar por dentro con un miedo inculcado, con frecuencia inconsciente, que nos acompaña a las mujeres desde que somos pequeñas y que pocos varones con los que convivo llegan a comprender del todo.
Temer estar sola a cierta hora, pedir a tus amigas o hermanas que te avisen cuando lleguen a casa, evitar ciertos lugares, ponerte alerta cuando alguien se aproxima o evitar acercarte a grupos de chicos son aprendizajes que no recuerdo cuando hemos adquirido. Por nuestra condición femenina y bajo capa de prudencia, hemos recibido por ósmosis una sospecha que es injusta en sí y para todos. Es injusta para nosotras, pues convierte en normal una interpretación de la realidad que no debería serlo, pero también lo es para ellos, que se interpretan como amenazas potenciales sin el beneficio de la duda.
Y, en medio de toda esta mezcla de sentimientos y sensaciones, me viene a la cabeza que el miedo resulta ser el gran enemigo de la fe en la mentalidad bíblica, porque tiene un inmenso poder paralizante y contradice la certeza creyente de que nuestra vida está en Buenas Manos. El temor atornilla nuestra capacidad para movilizarnos, nos repliega las alas y nos incapacita para volar y ser como Dios nos sueña. ¡Ojalá todos, varones y mujeres, podamos vivir sin miedo y desplegar el vuelo!