Será la macrofiesta más multitudinaria de cuantas se celebren esta Navidad en Madrid. Eso sí, sin cotillón, ni sobredosis de alcohol o drogas para aguantar hasta el amanecer. No convoca ningún dj de los que llenan festivales de música electrónica, ni tampoco un grupo indie de aire ochentero. Más de 15.000 peregrinos, 8.000 de ellos llegados de todo el continente, participarán del 28 de diciembre al 1 de enero en el 41º Encuentro Europeo de Jóvenes organizado por la comunidad ecuménica de Taizé. Unidos por la oración comunitaria, pero también a través de decenas de talleres en los que conversarán y testarán que otro mundo es posible a la luz del Evangelio, con el foco puesto este año en la acogida al extranjero.
Y con tiempo también para la fiesta, el ocio y el turismo. Porque estos millennials que desembarcan en Madrid no son extraterrestres ni viven ajenos a Instagram, a Amazon, al tumbao o a un par de cervezas al salir de clase. Pero buscan algo más que una relación en Tinder, aumentar sus likes o bailar al son de Becky G. “Creo que va a ser una sorpresa inesperada para los madrileños y para los españoles”, comenta el hermano John, coordinador del encuentro, al tratar de explicar el sentido de una iniciativa que está pasando desapercibida para la opinión pública –también eclesial–. No por falta de recorrido. Taizé lleva celebrando estos foros desde 1978 con parada y fonda en media Europa. En nuestro país, ciudades como Barcelona, Sevilla y Valencia ya lo habían experimentado. Pero faltaba Madrid.
Esta es la fórmula que vienen utilizando desde que, en 1940, Roger Schutz iniciara una revolución silenciosa en una aldea de la Borgoña, que nunca ha buscado alcanzar cotas de poder ni representatividad en la opinión pública o en el seno de la Iglesia. Taizé es otra cosa. Fermento en la masa. Sin itinerarios estructurados ni ambición de convertirse en un movimiento con liderazgo carismático. Dando esquinazo a la tentación de convertir el monasterio en un parque temático. Sin florituras. Diálogo interior entre el hombre y el Dios de Jesús de Nazaret, salpicado de unas pocas notas musicales, de palabras que surgen de la interioridad. Espiritualidad aterrizada que rompe toda frontera idiomática, racial, política y eclesial. Lo de menos es dónde comienza la hegemonía católica y en qué grado se hace presente a Lutero. Fuera toda presión institucional y doctrinal, que los jóvenes rechazan de plano. Solo la comunión en Jesús de Nazaret.
Vida contemplativa en medio del mundo
“Nuestra vida es así. El hermano Roger quería que viviéramos con intensidad la vida monástica y contemplativa, pero, a la vez, que estuviéramos presentes en medio del mundo, una alternancia que no es sencilla”, suscribe el hermano John. “Por eso nunca hemos querido aislarlos en nuestra comunidad y, de ahí, que estos encuentros quieran aterrizar en la realidad de la ciudad que acoge”, expresa Pedro, religioso español, sobre la evolución de este evento y de la dinámica de la comunidad, siempre en clave de “salida”: “Como hermanos, nos planteamos una y otra vez cómo acompañar a los jóvenes y ellos nos devuelven la misma respuesta: escuchar y acoger. Eso sí, es esta una generación que goza de gran espontaneidad. Buscan ver y experimentar, no quieren discursos, pero cuando han comprobado que lo que tienen frente a ellos merece la pena, confían y escuchan”.
Para los hermanos de Taizé, la secularización se explora como oportunidad: “El gran desafío de la Iglesia hoy es dar a conocer y contagiar el que es su verdadero tesoro, los valores del Evangelio, para comunicarlos como alternativa al materialismo y la soledad imperantes”. Con esta premisa, en septiembre desembarcaron en la capital española cinco religiosos, dos hermanas de San Andrés y quince jóvenes de diferentes nacionalidades. El cardenal arzobispo de Madrid, Carlos Osoro, no solo lanzó la invitación para ser anfitrión, sino que les puso la alfombra roja cediendo las oficinas de la Jornada Mundial de la Juventud de 2011, dentro del complejo parroquial de San Juan de la Cruz. Desde entonces se han constituido como comunidad itinerante que arranca y finaliza su jornada en el oratorio “clonado” de la Iglesia de la reconciliación de Taizé.
Quince apóstoles y apóstolas laicos de veintipocos años que han aparcado sus proyectos vitales y laborales para preparar esta cita desde gratuidad. Como Elena, enfermera valenciana: “Taizé no adoctrina, todo es experiencia. No te juzgan si eres creyente o no, simplemente te invitan, independientemente de cómo seas, a vivir en comunión, que te lleva a las raíces del cristianismo, al amor”, confiesa. O Santiago, que recién terminada la carrera de periodismo en Italia el pasado octubre, sintió “que tenía que dar a conocer esta experiencia, que puede cambiar la vida, a cada persona, a un país y a Europa”. Miriam, por su parte, llegó desde Tolosa y es una de tantas jóvenes que, al terminar su etapa escolar, vio finiquitado su itinerario creyente por falta de alternativa. Hasta que apareció en su vida Taizé: “Si no hubiera ido allí, habría dejado la fe; aunque lo importante es volver a casa y mantenerte”.
Una comunidad abierta
“En Taizé te escuchan, no te dicen lo que hay que hacer para ser cristiano y punto. Están abiertos a tus inquietudes, a la mochila que traes, te dejan hablar”, expresa Arianne, que procede de Suiza. “Cada uno hace su camino, la fe no se impone y los hermanos sabe que la vía del encuentro es diferente para cada persona, por lo que se evita cualquier tipo de situación violenta”, agradece Clemence, voluntaria francesa.
“Yo les decía, en broma, que me iba a levitar, y a partir de ahí les hablaba del silencio, de la necesidad de encontrarte contigo mismo, con los otros y con el Otro”, aporta Calep, mexicano que, tras tres meses en Taizé, volvió a su tierra para sentir que debía regresar a Francia: “Mi manera de encontrarme con Dios cambió, rompieron mis esquemas, pero necesitaba romperme más”. Y ese partirse pasaba por el voluntariado en Madrid.
En este desafío madrileño se han encontrado con las puertas abiertas de par en par en materia institucional, tanto por parte del Arzobispado de Madrid como desde la corporación municipal de Manuela Carmena. Otra cosa es su concreción, porque no les ha resultado sencillo lograr espacios para la pernoctación de los chavales. “Con la reacción de algunos sacerdotes, hemos palpado una institución que se aleja del mensaje de acogida del Evangelio, que prefiere mantenerse en su zona de confort marcada por horarios y que no cree que necesite nada más que una pastoral de mantenimiento”, lamenta Melchior, con su mirada gala, ante los “noes” recibidos para abrir las puertas a los peregrinos europeos.
Odile, otra de los voluntarias francesas, vislumbra “una estructura muy rígida, tanto que cuando vamos a buscar alojamientos nos da la sensación de que hemos venido a ‘molestar’. He descubierto que en la Iglesia española todo tiene que pasar por el párroco, que los laicos, en la decisión final, no cuentan y nosotros queremos que los jóvenes sean los protagonistas de una nueva movilización eclesial”. “Vengo de Roma y sé captar a la primera reacción si gustan o no las propuestas de este Papa”, deja caer Santiago.