La apertura temporal de un puesto de asistencia médica en la plaza de San Pedro y la visita del Papa a los pacientes que son atendidos por los médicos voluntarios ha llevado a los medios una noticia que, realmente, éstos prefieren no difundir: la pobreza está aumentando, y está alcanzando incluso estratos sociales que antes no se veían afectados. Una vez más, un gesto de Bergoglio ha hecho emerger la realidad que se quería olvidar.
La iniciativa del Pontífice, de hecho, no afecta solo al plano de la caridad y de la atención solícita de aquellos que más lo necesitan, mostrando así cómo debería ser de forma concreta la misión del cristiano, sino que también alcanza un nivel más abstracto, pero también necesario: el de la realidad y de la verdad.
El papa Francisco ha comenzado esta misión desde el primer día de su pontificado, pronunciando aquella palabra, “pobres”, que parecía desaparecida de nuestro vocabulario, como si se tratase de una categoría entonces inexistente, algo del pasado. Una palabra que indica un fenómeno amplio y general, y que había sido sustituida por términos más restrictivos que aludían a categorías específicas: los menos favorecidos económicamente, los migrantes, las personas sin hogar. Dicho así, parecían grupos poco numerosos y en vía de disminución: la realidad, sin embargo, era completamente distinta, ya que los pobres existían aun, y eran muchos y en aumento.
Sustituir la realidad por ficción
En este redescubrimiento ante los ojos del mundo la realidad – y no debemos olvidar que el Pontífice lo ha hecho por muchos otros problemas, como la degradación ambiental en los países del tercer mundo, gravísimo pero escondido detrás del problema de polución de las ciudades occidentales – Francisco toma un rol teórico importantísimo: aquel de mostrar la verdad de los hechos en lugar de una mentira que intenta falsearla de forma sistemática. Así, demuestra a todo el mundo que el verdadero peligro está no tanto en quien contrapone la verdad a la mentira, sino en quien sustituye la realidad con ficción. La mentira, de hecho, tiene la capacidad de eliminar completamente esta distinción, y también la de hacer perder de vista la verdad que está en la realidad.
Como escribe Hannah Arendt, “aquello que viene violado en la construcción ideológica de una realidad ficticia por parte de la propaganda no es tanto el precepto moral, sino el tejido ontológico de la realidad”. Con esta capacidad de desenmascaramiento que ha aplicado a tantas cuestiones, Francisco demuestra cómo el empeño espiritual cristiano es siempre ligado a la verdad y también a la justicia, y a cómo éstas vienen determinadas por el momento histórico.
Esto explica el éxito – pero también las muchas detracciones – hacia él, que realmente es un Papa incómodo. Esperemos que sea capaz de llevar este método iluminador al interior de la Iglesia, donde la negación de la realidad, la deliberada voluntad de tratar la verdad de facto como si fuesen opiniones, y como tal descartables, con el fin de salvar la imagen de la institución, han demostrado más veces que el problema no es solo una estrategia defensiva.