En el periodo navideño parece que se hacen más concesiones a lo “social” a lo “humano” con la excusa de las fechas que son. Probablemente por ello el Gobierno español permitió el desembarco de los inmigrantes del Open Arms en Algeciras y no lo hizo en junio con los inmigrantes del barco Lifetime. Quiérase o no estas cosas juegan. En Navidad nos ponemos “blanditos” y toca emocionarse con telemaratones, anuncios ñoños que nos recuerdan lo importante que es ser buena persona y que de paso te cuelan de rondón el chorizo, el sofá o el licor de hierbas.
Las emociones mandan y quien las controla “maneja el cotarro” (perdóneseme la vulgaridad de la expresión). Estamos en un momento social e histórico en el que vamos de emoción en emoción sin procesar nada. A ello no ayuda el omnipresente móvil que nos acompaña hasta en el baño y que nos deja absolutamente desamparados si lo perdemos, si nos quedamos sin batería o si se nos estropea.
A ello no ayudan las consolas mil que engullen a nuestros hijos hipnotizándoles por horas. A ello no ayuda la prisa que nos hace andar “atontolinaos” en nuestro mundo relacional y laboral, que nos tienta permanentemente hacia lo facilón, apañado y descomprometido frente lo elaborado, sustancioso y bien hecho.
Una respuesta aguda
Tengo una amiga que cada vez que nos encontramos y le pregunto ¿qué tal estás? Me responde con mucha gracia la coletilla: “Bien… ¿O te cuento?”. Es una respuesta aguda que lleva consigo una pregunta. En el fondo es decir. ¿Te digo “bien”?, que en el fondo es lo que quieres oír y no te complico la vida contándote mis cosas ¿o prefieres que lo haga?
Y es que preferimos (prefiero) quedarnos con el “bien” que con el “te cuento”. Porque el “ bien” nos sumerge en esa realidad disfrazada del ‘Akuna Matata’ que se cantaba en la película El Rey león, en el que ningún problema pueda hacerme sufrir y vivo entre los “likes” y corazoncitos de mi móvil que son un placebo de lo más molón.
El “te cuento”, sin embargo, nos hace “quitarnos el impermeable”, algo incómodo a lo que cada vez estamos menos acostumbrados. Resulta profundamente irritante que sean las marcas comerciales las que nos tengan que recordar que tenemos que aprender a escuchar, a mirar, a hablar con el otro. Esos mensajes dan donde duele, por eso hay tantos retuits, tantos mensajes compartidos… que son contabilizados por las empresas como un éxito de publicidad del que somos números. En este caso “numeritos conmovidos”.
En este nuevo año que comienza, podríamos probar a” quitarnos el impermeable” y a que nos empezaran a afectar las personas y las situaciones. Dando espacios y tiempos para estar, dejarnos alterar nuestras agendas o poner en ellas -como dice Mikel Hernansanz- una alarma que nos avise que es la hora, sencillamente, de estar.