Ya pasaron la Navidad y las fiestas que la acompañan. ¿Pasaron para siempre sin dejar nada de ellas? El evangelio de la infancia en Lucas termina de forma solemne con dos imágenes bellísimas. María, la madre como quien guarda todas esas cosas en su corazón. Jesús, que continúa creciendo en sabiduría, estatura y gracia ante Dios y los hombres. Memoria y esperanza unidas.
Hoy, empujados por la velocidad de nuestros tiempos y ritmos, vivimos casi pensando el olvidar y dejar atrás sin añoranzas. Ya pasó. Esto ya está hecho. Ahora toca otras cosas. Sin descanso suficiente para meditar lo sucedido, muchas veces me temo que queda en poco o nada. Sin paladear, simplemente engullendo.
En la tradición de las comunidades cristianas de vida, sin embargo, hay un tiempo precioso de compartir con otros que hace mucho bien a la vida. Poner palabras, dejarse escuchar, enriquecerse a su vez con los demás, rescatar de todo lo vivido lo más significativo. Incluso escribirlo, si se puede, porque ese ejercicio ayuda a vivir de otro modo. Compartir requiere la memoria, una vuelta atrás, una acción sobre la historia. Y lo vivido en soledad se vuelve comunitario.
¿En qué hemos crecido?
Mirar a María es antídoto. Guardar en el corazón es rescatar de las tinieblas del olvido, es acoger la semilla procurando tierra buena, es convertir lo sucedido en acción, es nutrir el espíritu, es rastrear las huellas de Dios en la historia, es abrir la vida para que pueda volver a pasar el Espíritu.
La segunda imagen también resulta interesante. La pregunta para la vida cotidiana sería en qué hemos crecido estos días, qué nos ha aprovechado y en qué hemos puesto tiempo e ilusión. Es un retrato magnífico porque une todo lo que habitualmente queda desgajado en la experiencia humana, porque camina en todas las direcciones. Lo humano y lo divino, lo espiritual y lo carnal.
De Jesús se anuncia un cambio que queda en el misterio, que tiene una dirección clara pero que no se concreta. Simplemente se nombra, queda dicho. Su vida queda desde ya mirada por Dios y por los hombres, aunque empiece este tiempo que se llama vida escondida en Nazaret, queda abierta la esperanza de lo que aún no conocemos.
Me pregunto si todos estos días habrán dejado en nosotros algo que nos acompañe toda la vida. O si, sin más, se trataba de pasar por ellos como quien cruza huyendo de Egipto el mar Muerto, sin mojarse, sin tratar con el milagro y el Misterio, sin carne y sin compromiso.