La catequesis
En las últimas semanas, el papa Francisco se ha pronunciado varias veces sobre Don Bosco, el sacerdote italiano que puso en marcha la Familia Salesiana al servicio de los jóvenes más necesitados de su época. Ante la inminente llegada de la fecha de su fiesta litúrgica, en este 31 de enero, en la catequesis de este miércoles se ha referido al santo.
“Mañana celebraremos la memoria de San Juan Bosco, padre y maestro de los jóvenes: ¡un buen sacerdote! Don Bosco supo hacer sentir el abrazo de Dios a todos los jóvenes que encontró, ofreciéndoles esperanza, un hogar, un futuro”, decía entusiasta Francisco.
A continuación, ya casi despidiéndose de los congregados en la plaza de San Pedro, pedía “que su testimonio nos ayude a todos a considerar lo importante que es educar a las nuevas generaciones en los auténticos valores humanos y espirituales”. Un abrazo de Dios para los jóvenes. Una cercanía efectiva de quien se implica en la transformación del mundo viviendo “como si viera el invisible”, que dicen las ‘Constituciones’ de los salesianos.
La vigilia
Pocos días antes, en la vigila del sábado por la tarde en la JMJ de Panamá, el papa Francisco habló de María como ‘influencer’ de Dios y repasó de nuevo –ante el aplauso de un buen gentío– el compromiso de Don Bosco cumpliendo su misión. “Pienso por ejemplo –decía el pontífice– en Don Bosco que no se fue a buscar a los jóvenes a ninguna parte”. Tras el aplauso, Francisco, siguió afirmando que “Don Bosco no se fue a buscar a los jóvenes a ninguna parte lejana o especial, simplemente aprendió a ver todo lo que pasaba en la ciudad con los ojos de Dios y, así, su corazón fue golpeado por cientos de niños, de jóvenes abandonados sin estudio, sin trabajo y sin la mano amiga de una comunidad”. Abrazo y mirada, dos actitudes de fe que se hace carne.
Una mirada muy diferente a la de tantos otros que solo vivieron desde la indiferencia. “Mucha gente vivía en la misma ciudad, muchos criticaban a esos jóvenes, pero no sabían mirarlos con los ojos de Dios. A los jóvenes hay que mirarlos con los ojos de Dios”, afirmaba. En concreto, Don Bosco, para Francisco “se animó a dar ese primer paso: abrazar la vida como se presenta y, a partir de ahí, no tuvo miedo de dar el segundo paso: crear con ellos una comunidad, una familia donde con trabajo, estudio se sintieran amados. Darles raíces desde donde sujetarse para que puedan llegar al cielo, para que puedan ser alguien en la sociedad, darles raíces para se agarren y no los tire abajo el viento que viene, eso hizo Don Bosco, eso hacen los santos, eso hacen las comunidades que saben mirar a los jóvenes con los ojos de Dios”. Tarea para los educadores de hoy.
El prólogo
Además de estos momentos más público hay una tercera mención. Ha sido en el prólogo del libro ‘Evangelii gaudium con don Bosco’ en el que varios especialistas comentan la exhortación papal desde la tradición pastoral salesiana. A Francisco, Don Bosco le cae bien porque no va por la vida “con cara de ‘Viernes Santo’, triste, amordazado”, sino que es un santo muy pascual: “Siempre fue alegre, acogedor, a pesar de los miles de esfuerzos y dificultades que lo asediaban cada día”.
Para el pontífice, es un santo de las periferias: “El suyo fue un mensaje revolucionario en un momento en que los sacerdotes vivían desde la distancia la vida del pueblo. Don Bosco puso en práctica el ‘alto nivel de vida cristiana’ entrando en la ‘periferia social y existencial’ que creció en el siglo XIX en Turín, capital de Italia y ciudad industrial, que atrajo a cientos de jóvenes en busca de trabajo”.
Recordando su paso por el colegio Wilfrid Barón de los Santos Ángeles, en Ramos Mejía en el que Francisco hizo un curso, Francisco habla del ambiente de la fundación. “Llevó la alegría y la preocupación de un verdadero educador a todos los jóvenes que abarrotaban las calles, que encontraron en Valdocco un oasis de serenidad y el lugar donde aprendieron a ser ‘buenos cristianos y honrados ciudadanos’”, señala. Confiesa Bergoglio que “los salesianos me han formado en la belleza, en el trabajo y en la felicidad, y ese es vuestro carisma”.
Y caminando hacia el presente, Francisco afirma:
El salesiano es un educador que abraza las fragilidades de los jóvenes que viven en la marginación y sin futuro, se inclina sobre sus heridas y las cura como un buen samaritano. El salesiano también es optimista por naturaleza, sabe mirar a los muchachos con realismo positivo. Como enseña Don Bosco todavía hoy, el salesiano reconoce en cada uno de ellos, incluso en los más rebeldes y fuera de sí, “ese punto de acceso al bien” sobre el que trabajar con paciencia y confianza. Finalmente, el salesiano es el portador de la alegría, la que nace de la noticia de que Jesucristo ha resucitado y que incluye toda condición humana.
Buena receta para aprender a vivir el sínodo, empezando por este 31 de enero.