Ianire Angulo Ordorika
Profesora de la Facultad de Teología de la Universidad Loyola

Derretir corazas


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No importa las veces que hayas podido leer un texto bíblico ni lo que hayas estudiado sobre él, porque siempre te acaba sorprendiendo y desconcertando. Hay un pasaje sobre un endemoniado de la zona de Gerasa que siempre me produce mucha curiosidad. El evangelista Marcos rompe con su habitual tendencia a la brevedad y a la concisión para describir con todo lujo de detalles la situación en la que vivía el protagonista de esta curación (Mc 5,1-7). Se dice que nada ni nadie podía retenerle, que se hería y se golpeaba a sí mismo y hasta en tres ocasiones se insiste en que vivía entre los sepulcros. No resulta, precisamente, un modelo de correcto protocolo, porque a Jesús lo va a recibir con cargas destempladas: “Te conjuro por Dios que no me atormentes” (Mc 5,7).

No me resulta difícil encontrar ciertas semejanzas entre la situación que describe este texto y la que viven demasiadas personas. Experiencias dolorosas, circunstancias vividas o personas que les han rodeado y hecho daño se convierten en una mochila difícil de llevar para muchos. Demasiada gente que existe como difunta en vida, deambulando en el espacio reservado a la muerte y haciéndose a ellos mismos el mayor de los daños. Aunque no siempre se haga evidente en el exterior, hay muchos que sufren de forma inmensa. ¡Hay tanto dolor escondido a nuestro alrededor!

Imagen de archivo de un matrimonio dándose la mano/VN

A veces, como este misterioso personaje, los dejamos por imposibles, pues resulta difícil acercarse y salir ilesos. Quizá el reto sea ese: no dar a nadie por perdido aunque podamos salir magullados en la tarea. Desconocemos el inmenso poder de una palabra cercana, de una pregunta sin trampa, como la de Jesús por su nombre (Mc 5,9), o de un gesto cálido, realidades todas estas capaces de derretir la coraza más rígida, desarmar a quien tanto sufre y comenzar a sanar cualquier herida.