‘En el mundo a cada rato’. Así se titula una maravillosa colección de cinco cortos que ya tiene unos pocos años. Me enamoré de Binta y su gran idea. Esa bellísima historia dirigida por Javier Fesser, en la que una pequeña en un rincón remoto de África sueña con dar solución a los males del mundo y persiste en su empeño sin comprender las risas de los adultos.
En el mundo a cada rato suceden cosas extraordinarias, auténticas locuras. Maestros entran en el aula deseando hacer mejores a sus alumnos. Alumnos desean aprender para construir juntos su futuro. Enfermeras, médicos e innumerables personas cuidan unas de otras, se miran a los ojos, se preocupan infinitamente unas por otras sin saber de la historia ajena. Gente que atiende y otros que son atendidos. Diálogos callejeros. Cada noche millones de personas sueñan.
En el mundo a cada rato, ahora mismo, personas dejan su hogar. Otros comienzan su día en las fábricas de no sé qué rincón, un niño pequeño se mete en un pozo buscando minerales y una niña sufre agresión, violencia, soledad, incomprensión. Un abuelo en su casa duerme mientras otros olvidan tomar sus pastillas. Paludismo corriendo por las venas mata, el SIDA se contagia al mismo tiempo que otros mueren sin remedio por su causa. Guerra y bombas caen en el mundo olvidadas por los periódicos y dictadores siguen haciendo de las suyas mientras muchos comentan el último tweet de aquel presidente. Personas, como tú y como yo, vagan por las calles buscando su lugar seguro a resguardo del frío. No pocos mueren de hambre.
En el mundo a cada rato sucede de todo, cualquier cosa. Y nada de esto ha sido ajeno durante siglos a la vida consagrada. Miles de personas que han decidido entregar su vida para dignificar la ajena. A pie de calle y con las personas. Creando hospitales que acompañan, haciendo surgir colegios para la esperanza futura, acogiendo migrantes en las épocas más duras, saliendo a toda frontera que existe, dando la cara por el rostro del prójimo. Sin misión, a lo que surja por amor al prójimo. La vida consagrada es una fiesta de carismas cuya identidad es común, una y otra vez a aventura máxima del máximo amor posible. Una llamada que nunca sacia a quien responde y en la que todos se ven mediocres.
En el mundo a cada rato esta vida consagrada es tan alabada y admirada como criticada e incomprendida. La incomprensión tiene un pase, por su radicalidad. Pero oscurece todo, incluso la belleza del cristianismo, cuando se hace cómplice y cede al mal del mundo. También, en el mundo a cada rato, la Iglesia en sus consagrados reconoce humildemente que tiene una responsabilidad nueva, que les hace imposible la comodidad y la tranquilidad, que unas veces nace de la necesidad de reconciliar el mundo y otras muchas de ser ellos mismos reconciliados. En el mundo a cada rato suceden milagros, y no pocos surgen de las manos de estos pobres hombres y estas pobres mujeres para quienes su vida importa menos que la vida del hermano.
Gracias a todos por vuestra vida. La paz.