Por primera vez en la historia, un Papa ha viajado a Emiratos Árabes Unidos, la cuna del islam. La firma de la Declaración sobre la Fraternidad con el gran imán de la Universidad de Al-Azhar es mucho más que un paso significativo en materia de diálogo religioso: confiere legitimidad a la rama musulmana más moderada que representa Ahmed al Tayyeb.
Rubricar un texto que tiene como eje la fraternidad entre los dos credos, implica que quienes lo suscriben aspiran a algo más que a una colaboración externa. Conlleva sentirse familia y, por tanto, reconocerse hermanos. Se trata de palabras mayores, en tanto que solo desde esta convicción se puede labrar una senda viable de paz y desterrar juntos toda vinculación entre fe y violencia.
No es de extrañar que en algunos ámbitos, tanto católicos como musulmanes, este documento genere suspicacias, en tanto que la manipulación ideológica del hecho religioso puede radicalizar hasta tal punto que solo vea en el otro una amenaza o un enemigo. Así lo admitía el propio Al Tayyeb antes de la firma, al recordar cómo el 11-S ha hecho que, hasta hoy, “los musulmanes hayamos pagado un alto precio y el islam sea visto como una religión de sangre”.
Compete a los propios musulmanes trabajar para tumbar este estereotipo con gestos y acciones audaces y sinceras para dotarse de credibilidad, mientras que los católicos están llamados a abrir su mente y no dejarse contagiar por las barreras que nacen del miedo a lo desconocido y diferente. Así, resulta apremiante que la libertad religiosa, más allá de la libertad de culto, sea una realidad en las llamadas repúblicas islámicas, para que cese todo signo de persecución o marginación a las minorías cristianas, imprescindibles para la estabilidad de la región.
Permitir que Francisco celebrara una eucaristía pública ante más de 130.000 fieles en Abu Dhabi se presenta como uno de esos signos visibles, que se reducirá a una anécdota si en lo cotidiano no se reconocen los derechos fundamentales de todo ciudadano. Ahí radica, por ejemplo, avanzar en una educación integral hacia el respeto de la diversidad, la tolerancia y la igualdad de género. “Porque sin libertad ya no somos hijos de la familia humana, sino esclavos”, subrayaba el Papa.
La mano tendida de Francisco al mundo musulmán no se trata, por tanto, de un acto ingenuo, sino que brota del Vaticano II y entronca con el espíritu centenario del poverello de Asís, que nunca dudó en extender su mano a quienes consideraba sus “hermanos musulmanes”. Hoy una Iglesia en salida será aquella que se despoja de todo prejuicio para descubrir en el otro a un hijo con un Padre común. Musulmanes y hermanos.