Todavía conservo las palabras del P. Fernando Montes Matte, sacerdote jesuita, ex rector de la Universidad Alberto Hurtado, cuando le hice una entrevista en su comunidad, Santiago de Chile. Recuerdo perfectamente aquella expresión muy sabia y actual que esbozó acerca de cómo se puede ser una persona feliz: “Vive para los demás y ganarás la vida”.
Las llevo presente siempre y son como un aliciente cada vez que la propia vida se vuelve ingrata y sin sabor. En estos últimos días, somos testigos de los abusos de poder y autoridad del señor Nicolás Maduro. Es muy triste ver cómo gran parte del pueblo venezolano vive horas de horror y calvario. Cuando la tozudez y la estupidez del poder ejercido con una autoridad inusitada y ciega produce las consecuencias de las cuales el mundo es testigo, aflora hasta en el corazón más indiferente impotencia y compasión por lo que nuestros hermanos sufren.
Me pregunto: ¿Se puede ser tan ciego y obcecado? ¿Se puede ser tan ambicioso? Y sí, personas como Maduro y otros personajes del mundo militar como Augusto Pinochet (Chile), Rafael Videla (Argentina) o el propio Fulgencio Batista (Cuba), que llegó al poder con un golpe de Estado (1933) y acabó con el gobierno provisional de Carlos Céspedes y Quesada. Después de estos acontecimientos se nombró a sí mismo jefe de las fuerzas armadas, con el rango de coronel, y estableció una junta de gobierno conocida como Pentarquía. Pero así ocurre con la casta de dictadores, que sienten la necesidad de ser eternos en el poder, pensando que sus naciones precisan de líderes como ellos. Lamentablemente, personajes como Nicolás Maduro y tantos otros viven obsesionados por el poder y la autoridad que les otorga. Su visión es tan pequeña que su afán de poderío los ciega hasta creerse “imprescindibles” para el avance de una sociedad.
Es increíble que Maduro y todos los que piensan como él no aprendieron el auténtico valor de lo que significa servir en un estado de verdadera democracia. No se puede hablar, y menos jactarse de ella, si a todo un pueblo se le dice como moverse, comer, divertirse y lo que es peor dónde y cuándo se llama a las urnas para elegir democráticamente a un presidente, y más aún, cuando se sabe que las últimas elecciones fueron manipuladas a favor de Maduro. Para qué hablar de la libertad de prensa, hace rato que en Venezuela solo se dice lo que Maduro quiere escuchar. Una prueba de ello fue la detención, semanas atrás, de varios corresponsales extranjeros que fueron expulsados y devueltos a sus países.
El modelo de Jesús
En este sentido, el evangelio es una carta magna de cómo debe entenderse la verdadera democracia, ya que sus principios están basados en el bien común y el crecimiento de los otros como también en la mirada compasiva y misericordiosa de Dios, que siempre quiere dar lo que es “justo” para el bien de sus hijos. En los evangelios encontramos que, en varias oportunidades, Jesús fue rechazado por parte de las autoridades políticas y religiosas de su época. Estos hombres, sabios, poderosos e inteligentes no aceptaban su señorío ni sus enseñanzas, porque pertenecían a una élite que catalogaba al pueblo de “maldito” por el solo hecho de no conocer, entender ni practicar la Ley. Pensaban que Dios estaba lejos de los que eran incultos y pobres. Sin embargo, dice Jesús: “revelaste estas cosas a los más pequeños…”.
Esta élite no es capaz de reconocer y percibir que estar a favor de los más postergados es contribuir al proyecto de Dios. Su autosuficiencia y seguridad los ha llevado a menospreciar a las clases más populares. ¿Será que Maduro y la élite que ostenta el poder está condenada al fatalismo deseado por Dios? Ciertamente que no; pero Dios no se oculta, él se revela en su Hijo. El problema con los poderosos y egocéntricos es que por considerarse de una “élite”, ya rechazaron lo que Jesús dijo e hizo.
Nos encontramos con un problema muy actual que es el de la permanencia en el poder a costa de lo que sea. Es una pandemia que la vemos en todos los estamentos de la sociedad donde no importa si alguien tiene la sapiencia para un cargo, pues se sabe que no tiene dedos para el piano, pero como es amigo de… o es beneficioso para mantener el ‘statu quo’ entonces se permite tal licencia. No importa que después sea un país, empresa, institución, fundación que lo padezca o en la propia Iglesia haya personas que son un desastre en su gestión y sin embargo, el resto agacha la cabeza y lo sufre.
Hambre, pobreza y desesperanza
Así tenemos a un Nicolás Maduro que vive ciego en el mundo de los ciegos, pues con la excusa de una ideología pretende levantar a un país, que hace rato vive sumido en el hambre, pobreza y sin esperanza. Aún no entiende que todo poder humano es efímero y pasajero, ya que tarde temprano se acabará o bien lo harán bajarse del mismo. Por eso Jesús entró en conflicto con los mandos religiosos y políticos de su época por su ceguera y cerrazón. Su autoridad no vino para ser aplaudida o servida, sino para ponerla al servicio de los pequeños del Reino. La autoridad de Jesús se va revelando a través de sus dichos y obras, sólo así su Padre actúa en él.
Cuántas veces anhelamos que Dios se manifieste y diga “¡basta!” a tanta iniquidad, soberbia y estupidez. La situación en Venezuela, seguramente, que nos lleva a pensar esto mismo. Sin embargo, Jesús no se muestra en esos corazones que aún no asumen su responsabilidad a favor de los más pequeños. Es inútil atribuir a Dios lo que es consecuencia de la propia autosuficiencia y ceguera de un corazón egoísta. Ciertamente que, Nicolás Maduro y su élite viven este mal eterno y endemoniado que es el ser “egocéntrico”.
Dice Jesús: “Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados”, es la invitación para esperar cada vez que la vida no nos sonríe y quedamos perplejos, deseando que alguien nos considere. Sin Jesús arrastramos nuestro yugo con amargo dolor; con Jesús lo llevamos en lágrimas de amor. ¿Cuál es la novedad de su yugo? Es que él trae una forma nueva de enseñar y vivir la ley: incorpora a los más postergados de la sociedad, para vivir en la justicia y en la misericordia, que vienen de él y del Padre. Estoy seguro de que no será Nicolás Maduro quien termine por escribir este momento que vive Venezuela, tarde o temprano, la justicia de Dios se manifestará. Será el pueblo venezolano que, como grandes mártires, escribirán la historia con sus lágrimas hasta que el consuelo de Dios se manifieste en esta hora de gran tribulación.