Cada vez son menos los que no saben que el 8 de marzo es el día Internacional de la mujer. Sea por buenas razones reconociendo a esa mitad del mundo llamada -como dice Sábato- a proteger la humanidad o para sacar provecho de la circunstancia, esa fecha ya no es desapercibida.
Los Evangelios cuentan historias como la de la Samaritana, Marta y María, la cananea y otras más en donde se aprecia la relación y el aprecio “normal” de Jesús por nosotras. Personalmente disfruto del relato de Juan sobre María Magdalena y la gran pregunta que le hace al decirle “mujer: ¿a quién buscas?”
Perdidas en la niebla de nuestra identidad a veces no sabemos a quién buscamos. Quizás buscamos el renombre y el “me gusta” de las redes sociales, otras la libertad de decidir olvidando sobre quienes decidimos, quizás la eterna apariencia juvenil, en algunas ocasiones intentamos borrar el complemento masculino; también como Magdalena movidas de buenas intenciones nos enredamos en las penas y no vemos la vida. Jesús, como buen amigo se acerca, nos llama y nos hace preguntarnos por lo esencial.
El día de la Mujer es propicio para sentirnos como Magdalena, no solo por la pregunta de Jesús, también para reconocerlo como maestro y sentido de nuestro ser y particularmente, sabernos enviadas como ella: “¡Andá a contarle al mundo que estoy vivo! Esta mujer es un arquetipo de fragilidad y de fidelidad a Jesús y es la primera predicadora de la Buena Noticia.
De este pasaje también se desprende la riqueza complementaria del varón y la mujer, que no estaría mal considerarla buenamente, escuchándonos sin competencias, preconceptos mutuos ni jerarquías.
A mujeres y varones, discípulos de Jesús, les deseo lo que deseo para mí: que Jesús siempre me salga al encuentro y me pregunte ¿a quién buscas?. Y que pueda contestarle ¡Maestro!