Oscar Martínez Caamaño es moderador de la Unidad de Atención Parroquial de Verín (Ourense), y uno de los peregrinos que han ido ‘Tras las huellas de San Pablo’ en una peregrinación a Turquía durante este mes de marzo, y en la que han participado 55 fieles del valle de Monterrei. Durante siete días han recorrido Éfeso, Laodicea, Capadocia, Estambul y otras ciudades, con el objetivo de, como ha dicho Martínez a Vida Nueva, “visitar la tierra que vio la primera expansión del cristianismo”.
“La peregrinación es un momento para el encuentro, para hacer comunidad” y, por ello, no es la primera que organizan. “Empezamos hace unos años con Roma, el año pasado fuimos a Tierra Santa y el próximo año queremos culminar esta ruta de expansión del cristianismo en Grecia”, añade.
Estos peregrinos no solo han podido ver, a través del testimonio de estos lugares, cómo se “fue poniendo en marcha nuestra fe”, sino que han conocido en profundidad la figura de San Pablo comprendiendo la dificultad de un viaje así con los medios de la época. “Algo muy grande debía tener en el corazón ese hombre para dejar todo y encaminarse a algo así”, apunta Martínez. “Un momento importante de la peregrinación fue celebrar la misa en la iglesia de San Pablo”, en la que dos hermanas de una fraternidad de Trento, en Italia, están a modo de agradecimiento, ya que la fe llegó a su país por medio de unos monjes capadocios.
Dar ejemplo de fe
“Lo que más nos ha sorprendido es la acogida, ya que es una comunidad muy pequeña de fieles, casi todos refugiados o estudiantes de otros puntos de África”, explica. “Nos contaban cómo pueden celebrar la eucaristía solo un par de veces al mes porque va a visitarles un sacerdote desde Ankara”, lo cual es muestra cómo una región “que fue tan rica en la fe católica ahora apenas es una semilla”. Pero una semilla fértil.
“En Estambul estuvimos en contacto con nuestros hermanos musulmanes, y ahí te das cuenta de la manera distinta de vivir la fe”, dice. Y es que, en contraposición a la cultura católica de España, estos peregrinos pudieron comprobar el modo tan distinto que se tiene de vivir la fe en un lugar en el que el catolicismo es la minoría.
“La apreciación que tenemos es la gran riqueza de que el señor regala la fe como un don”, apunta Martínez. “A veces nos perdemos en que tenemos que evangelizar, en que tenemos que hacer un plan pastoral y otras tantas cosas, pero en esta comunidad la presencia es que yo estoy aquí y tengo mi casa abierta a un hermano, y a través de esa acogida se puede hacer presente Jesucristo”, añade, porque “perdemos el tiempo con muchísimas cosas, pero a veces lo importante es vivir en la profundidad y en la fe, y precisamente es lo que muchas veces menos valoramos, el ser testimonio con mi manera de vivir en medio de un mundo que piensa absolutamente lo contrario”.