Bello, es un pueblo –poco a poco vaciado– en las orillas del lago Gallocanta. Como sus habitantes dicen, es el pueblo más bello del mundo, y no les puedes contradecir, pues lo lleva en su nombre. Un domingo, a las cinco de la tarde, se acercaron las mujeres de Acción Católica para tener un rato de oración, en este tiempo de cuaresma, con todos los cristianos del arciprestazgo que pudieran trasladarse. Seríamos unas sesenta personas en la magnífica y bien cuidada iglesia parroquial.
Sobre el altar colocaron una rama de almendro en flor. En el centro una Biblia abierta, con un corazón rojo recortado sobre una de sus páginas. Al otro lado dos faroles con un cirio encendido. Una tela morada que caía hacia el suelo nos recordaba el camino cuaresmal. Y delante dos sillas, abiertas al diálogo y al encuentro. No pude por menos que acordarme del camino de Emaús. El almendro de Cristo resucitado, la Palabra explicada en el camino que les hace que les arda el corazón, y los dos candiles que tuvieron que tomar para volver de noche, dejando las sillas vacías del encuentro, para anunciar la gran nueva.
La sencillez y los elementos limpios y simples me trajeron a la memoria las palabras del gran arquitecto de Dios, Antonio Gaudí: “La pobreza genera mayor elegancia, porque la elegancia no es nunca rica ni opulenta”. Teníamos la mirada fija en los elementos del altar, allí cabíamos todos.
Se esponja la vida –ahora que es tiempo de dificultades– cuando contemplas a una comunidad de varios pueblos, que se ha congregado para orar, desplazándose para juntarse y dejar que la Palabra anide en su corazón. Mis ojos iban de un lugar a otro: de la sencillez de la decoración al candor de la oración y a la ternura de la asamblea… todo hablaba de Iglesia congregada, de resurrección.
Qué buena labor que hacen “estas chicas” de la Acción Católica, como yo digo, pues no hay obstáculos para ellas y allí donde hay un resquicio están animando con su presencia y acción: Manos Unidas, Cáritas, catequesis, coros, grupos de liturgia y de la Palabra, grupos de acción comunitaria… y además se preocupan para que en los tiempos fuertes las personas de muchos de nuestros pueblos puedan disfrutar y gozar de un rato de oración, acompañada al finalizar de unas buenas pastas y un café con leche caliente para poder seguir compartiendo la vida. Son verdaderas diaconisas al servicio de la comunidad. Cuánto me recuerdan las primeras acciones apostólicas.
Una vez leí –no sé dónde– una reflexión de Benedicto XVI sobre la Iglesia como “minoría creativa”. Me ha hecho reflexionar bastante. En la búsqueda del cómo evangelizar, también en nuestros pequeños pueblos, pienso que debíamos reflexionar, junto con esta expresión, otras como “sencillez evangélica”, “mística de lo cotidiano”, fundamentar un “elogio de lo pequeño”, y sobre todo “esperanza en la fragilidad”. Son palabras cargadas de esencia para seguir avanzando en el camino comunitario de la fe. ¡Ánimo y adelante!