Con la elección de Karol Wojtyla como papa, la Iglesia no solo elegía a una persona con una historia concreta, sino también a alguien con la tradición de un país comunista. En este sentido, el papa Francisco, con su línea ideológica, ha intentado mantener un centro de eje europeo con nombres como Lehmann, Kasper, Schönborn de Viena. Y también Rahner y Congar en su momento. Estos teólogos y estudiosos de las cosas de Dios no solo lanzaron las ideas a sus iglesias locales, sino también al conjunto de la Iglesia universal. De esta manera, el mundo católico se adosó a estas ideas y aún quiere ser fiel a ellas. Por eso la encíclica Amoris Laetitia vino a rebajar la tensión entre quienes apuran las reformas de la Iglesia y los que se muestran a favor de un aggiornamento, pero sin modificar en su integridad la doctrina. También se dijo que la Encíclica se podría interpretar con un criterio de continuidad con el Magisterio o con un criterio de ruptura, pero esto no ha sido suficiente para que en la práctica se plasmen realmente los cambios.
Luego, vino el Sínodo sobre los jóvenes y se pensó que iba a marcar una tendencia distinta, y, sin embargo, todo quedó a la deriva porque hasta ahora ese Sínodo no trascendió más allá de una exhortación apostólica que pronto será publicada. Lo mismo aconteció con el énfasis que tuvo el término “sinodalidad”, pues hasta ahora todavía se ve por parte de la jerarquía de la Iglesia “resistencia” a dar mayor participación real a los laicos en la toma de decisiones. Un ejemplo de esto último fue la decisión por parte del cardenal Joseph Cupich, arzobispo de Chicago, gran defensor de la sinodalidad, que decidió cerrar el seminario de Chicago sin consultar a la junta asesora, conformada por laicos y esto revela una falta porque en definitiva la sinodalidad solo está en el discurso, pero no en la praxis.
A renglón seguido, se suma a esta situación la manifestación de los obispos alemanes, con la declaración del presidente de la Conferencia Episcopal, el cardenal Marx, pues ha dicho que los obispos alemanes harán cambios en la moral sexual de la Iglesia e incluso en el dogma; es decir, decidirán por sí mismos sobre qué tienen que creer los católicos alemanes. Han afirmado que en las cosas que deban consultar a Roma lo harán, pero en aquellas que crean necesario plantear los “cambios”, no se regirán por Roma. Realmente es algo muy delicado, porque en el fondo buscan modificar la teoría y la praxis.
Sin duda, que el papa Francisco ve con preocupación esta situación porque, si se desea cambiar ciertas cosas en la Iglesia, esos cambios traerán consecuencias que a más de un sector no caerá bien. De lo contrario, si se aceptan los cambios en la doctrina y la moral habrá que prepararse porque vamos directo a un cisma. Algunos de los colaboradores más cercanos del Papa están desilusionados porque los cambios que se esperaban en materia de moral o doctrina no han llegado. Sobre todo, de un sector de la Iglesia que se siente con derechos y que ponen al Papa en una encrucijada, porque sus más fervientes colaboradores presionan y asumen una postura contraria de su gobierno.
Fue casi al término del año 2016, que la Iglesia de Alemania hizo un balance de quienes dejaron “su” Iglesia y cuyo resultado fue un total de ciento sesenta mil personas. Esta gente que dimitió de aquella idea de una Iglesia que es afín con la ideología de género, la eutanasia, la autorización de comulgar a los divorciados vueltos a casar sin un acompañamiento sacerdotal y en casi todos los casos, etcétera. Todas estas ideas son las que quieren respaldar los obispos alemanes y por eso pretenden plantear una nueva moral, pues esta visión de Iglesia, con la aplicación de una hermenéutica en ruptura con el Concilio Vaticano II, solo ha servido para constatar que cuanto más permisiva sea la Iglesia, adaptada a los tiempos y con un falso concepto de la misericordia, eso traería más fieles a ella. Afortunadamente, ha pasado todo lo contrario… Cuanto más permisible se es, más deserciones de fieles. El resultado es un quiebre, puesto que el efecto ha sido al revés y esta interpretación de ruptura con el Concilio no ha favorecido la asistencia de más personas a los oficios o de más bautizados y actividades de la Iglesia católica. Pero no es el caso, ya que los problemas aumentan y cada vez menos gente acude a la Iglesia.
Pero “contra facta non valent argumenta”, es decir, contra los hechos no valen los argumentos. Cuanto más permisiva una Iglesia, más crisis y menos gente tiene en sus filas. Las personas ante una Iglesia que está de acuerdo con todo en materia moral, no crecen. Es urgente hacer un examen de conciencia: “Un ciego no puede guiar a otro ciego, porque tarde o temprano ambos caerán”. Los obispos alemanes han comenzado una campaña que venía hace bastante tiempo y ahora al parecer empieza a tomar forma y cuerpo. Muchos están ciegos por no querer ver y desean que esta nueva “reforma” a la moral y a la doctrina deje a nuestras iglesias con menos fieles para un velorio. En vez de avanzar, ciegamente estamos retrocediendo.