Cunde la incertidumbre y el desasosiego. El caldo perfecto para pescar votantes en esta realidad líquida. En nuestro deambular ‘como pollos sin cabeza’, fruto de esta sociedad del riesgo, se nos pide elegir entre ‘Guatemala y Guatepeor’ (una expresión que, intuyo, a los guatemaltecos no les debe hacer ni pizca de gracia). El caso es que, ante los mensajes apocalípticos que se nos transmiten, no pocas veces optamos por recogerlos, poner el altavoz y reproducirlos (aunque sea para criticarlos) en vez de parar un poco y reconocer que lo que hemos construido juntos y juntas a lo largo de cuarenta años no está nada mal, y en consecuencia no hay que tirar por la borda un esfuerzo colectivo tan potente como el que hemos hecho ni mucho menos entregar en bandeja un país tan decente a tanto friki, agorero iletrado, descontextualizado y oportunista como los que ahora están pujando por gobernarnos.
Recientemente volví a ver junto a mis alumnos y alumnas de la Universidad la película de Ken Loach, ‘El Espíritu del 45’, un documental recomendable en el que se recogen varias ideas que a mí me han ayudado a reflexionar sobre el momento presente y que comparto a continuación.
1. La energía colectiva cambia estructuras
La primera idea es la constatación de cómo la energía colectiva es capaz de cambiar estructuras anquilosadas, aparentemente inamovibles, en favor de la Justicia Social y los Derechos Humanos.
En el Reino Unido, cuna del capitalismo, tras la victoria en la II Guerra Mundial, el pueblo británico fue capaz de verbalizar que no quería un país en el que las estructuras de poder y la distribución de la riqueza siguieran privilegiando solo a unos pocos, como había sucedido tras la Primera Guerra Mundial. Si el país se había unido para ganar la guerra también podía unirse para ganar la paz, pero no cualquier paz. Una paz basada en la Justicia Social y los Derechos. Se cuestionaba así una inercia de liberalismo económico que venía durando más de ciento cincuenta años y se cuestionaba desde el hartazgo de un pueblo que deseaba vivir más dignamente.
Así, en las primeras elecciones generales que se celebraron tras el conflicto, los británicos eligieron como primer ministro y contra todo pronóstico a un ex trabajador social, el laborista Clement Atlee, frente al héroe de guerra Winston Churchill. El Gobierno de Atlee, con el fundamento teórico de un informe conocido como ‘El Informe Beveridge’ puso las bases del sistema de bienestar británico que permitió el acceso a la salud, a la vivienda, al empleo de calidad y a la protección social de la sociedad británica.
2. Consenso del bienestar
La segunda constatación es que este modelo de bienestar fue respetado por los gobiernos de distinto signo que se sucedieron en el poder durante casi 35 años en lo que se conoce como el consenso del bienestar post-bélico. Un consenso difícil, fraguado con firmeza y diálogo, que requirió grandes dosis de buena política y de ‘mano izquierda’, pero que finalmente se logró y fue aceptado como un éxito colectivo. El diálogo, y la buena política fueron herramientas clave para lograr consensos.
3. Apuesta por el individuo frente a la comunidad
Si durante los años 80 y 90 del pasado siglo el modelo de bienestar logrado en el Reino Unido se desmontó, fue debido a que buena parte de la sociedad, crecientemente aburguesada, olvidó lo que había conseguido (esta es la tercera constatación) y se entregó a las promesas de una nueva líder que aprovechó hábilmente los efectos de la crisis económica para vender su modelo de sociedad basada en la apuesta por el individuo frente a la comunidad, la creencia de que toda presencia de lo público quita la libertad y la confianza en el mercado como principal satisfactor de necesidades.
En menos de veinte años, todos los pilares del modelo del bienestar (excepto el Sistema Nacional de Salud) fueron cayendo con desigual resistencia por parte de los perjudicados (mineros, ferroviarios, estibadores, etc.) y se fue fraguando una mentalidad individualista, actualmente mayoritaria, en la que se considera al pobre como responsable de su propia pobreza y al modelo del bienestar como un espacio que fomenta la holgazanería y resta creatividad. Las cadenas de televisión, incluso la BBC, producen programas en los que los que pagan los impuestos van a las casas de los receptores de las prestaciones para escrutar si están ‘gastando bien’ el dinero. Es el reino del ‘poverty porn’ (pornografía de la pobreza).
En España estamos en condiciones de sentirnos orgullosos de haber podido hacer una transición modélica después de cuarenta años de dictadura. Nos hemos dotado de un marco legislativo que con sus fallos, ha garantizado el disfrute de derechos, la protección social, el respeto a la diversidad de nuestros pueblos. Hemos construido un modelo de bienestar social imperfecto pero en el que la educación, la sanidad, las pensiones y el sistema de servicios sociales se han podido desarrollar y llegar donde antes no llegaban. Somos una sociedad multicultural y una de las veinte democracias plenas del mundo según The Economist. Hemos avanzado enormemente en políticas de igualdad de género y todo esto lo hemos conseguido escuchándonos y dialogando, respetando al otro y buscando sinergias. Por tanto, no olvidemos esto tan importante para que en el gobierno de nuestro país, de nuestras comunidades autónomas y nuestros ayuntamientos no tengan espacio quienes buscan abrir grietas, hurgar en heridas y enfrentarnos con los demás.
La palabra es nuestra y el voto también.