Tribuna

La lección de vida de Gladys, refugiada en Uganda

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Gladys tiene 23 años y es una de las casi 40.000 personas que viven en el asentamiento de refugiados de Palabek, en Uganda. El 90% de los refugiados que alberga el campo son mujeres jóvenes y menores de edad. Todos tienen en común que han huido de la guerra y del hambre de Sudán del Sur, todas cargan con la muerte de algún hombre en sus familias (un padre, un marido, un hermano…) y todas tienen un sueño idéntico: la paz.

Refugiado significa ser de ningún sitio, haber huido con lo puesto, tener que empezar de cero en otro país, intentar superar pesadillas y traumas, no poder llorar a los muertos porque no se sabe dónde están, no tener nada que hacer, ver cómo el tiempo pasa muy despacio y siempre es rutinario y vivir con la incertidumbre de cuándo el futuro será distinto para volver a sentir que la paz permita regresar a casa.

Su tercer campamento

Gladys tiene siete hermanos, es madre de un niño de poco más de dos años que sigue en Sudán del Sur al cuidado de la abuela y es la tercera vez que vive en un asentamiento de refugiados. Uganda tiene una política progresista y ejemplar con los refugiados de la que tendríamos que aprender en este lado del continente. En los últimos dos años, el país africano ha recibido a más refugiados que la suma de todos los que llegaron en ese período a Europa por mar.

En la actualidad, Uganda acoge a casi un millón y medio de ellos, la mayoría procedentes de Sudán del Sur y que viven en asentamientos abiertos. Desde que entran en el país tienen libertad de movimiento, permiso de trabajo y derecho a la educación y a la sanidad. Reciben una parcela de terreno de 30 metros cuadrados y herramientas para construir su vivienda y poder cultivar la tierra.

La revolución de Don Bosco

Palabek es el último asentamiento abierto de la veintena que tiene Uganda para acoger a refugiados, ya que casi todos están colapsados en su capacidad. Una treintena de ONG trabaja en Palabek, pero, curiosamente, solo una institución religiosa vive en él: los Salesianos de Don Bosco. En apenas dos años, Don Bosco, como denominan a los misioneros salesianos allí, es conocido en los 400 kilómetros cuadrados del asentamiento: cuatro escuelas infantiles, centros juveniles, capillas, actividades deportivas, de empoderamiento para las mujeres, talleres de convivencia, desayuno escolar para todas las escuelas infantiles y una secundaria que hay en el campo y, desde hace dos meses y medio, la puesta en marcha de una escuela técnica para que los refugiados y los jóvenes ugandeses de las aldeas cercanas puedan aprender un oficio durante seis meses y tengan la oportunidad de una salida laboral.

Gladys es la única alumna de la clase de reparación de motos en la Escuela Técnica Don Bosco: “Si quiero visitar a mi hijo y a mi madre, voy en moto a Sudán del Sur, pero, si tengo una avería en el viaje, debo saber arreglar la moto”, contaba siempre con orgullo. Los estudiantes son, en su mayoría, chicas jóvenes y muchas van con sus bebés a clase: peluquería, costura, agricultura, construcción y taller de motos ofrecen, en dos turnos, formación a casi 500 alumnos.

La educación, la mejor herramienta

La mejor herramienta para combatir el aburrimiento, el peligro del reclutamiento desde Sudán del Sur y el grave problema del alcoholismo dentro del asentamiento es la educación. Muchos jóvenes, gracias a la escuela técnica, han vuelto a hablar de esperanza, de sueños y de un futuro en paz. La frase, siempre con palabras parecidas, la repetían muchos jóvenes y se me quedó grabada. “Muchas ONG nos enseñan a hacer cosas durante un tiempo, pero luego se van y no podemos ponerlas en práctica; con los salesianos, aprendemos un oficio y nos ofrecen algo que teníamos olvidado: la esperanza”.

Pero la vida de los refugiados también está llena de dificultades y siempre en una prueba diaria de fe y de supervivencia. Se sienten a salvo de la guerra, pero los conflictos de convivencia no dejan de sucederse dentro del asentamiento: reciben una cantidad insuficiente de comida y solo una vez al mes, tienen prohibido talar árboles para conseguir carbón vegetal para cocinar, hay problemas de agua, no tienen productos de aseo personal ni posibilidad de comprar porque no tienen dinero, solo hay dos centros de salud y una ambulancia en el asentamiento si se ponen enfermos. Algunas mujeres pican piedras que luego venden para ganarse la vida…

Rodaje de un documental

Hace diez días, estábamos en el asentamiento de Palabek rodando el próximo documental de Misiones Salesianas y de la ONG salesiana Jóvenes y Desarrollo sobre la situación de los refugiados que tuvieron que huir de la guerra de Sudán del Sur. Vivimos con ellos y como ellos durante dos semanas. La empatía y confianza con Gladys la llevó a confesar a mi compañera Cristina que quería que ella le pusiera un nombre a su sobrina recién nacida. Evidentemente, Gladys quería que Cristina fuera ese nombre, y la sensación de ilusión y de responsabilidad por poner un nombre significativo para un recién nacido nos emocionó solo de pensar en esa maravillosa tradición africana.

A la mañana siguiente, sin embargo, todo dio un brusco giro: una Gladys desconocida nos comunicaba por teléfono que el bebé había fallecido la noche anterior. La situación nos afectó tanto que solo pudimos acompañar a Gladys y comprobar cómo el drama también convive a diario con los refugiados. Sin poder conocer ya nunca las causas del fallecimiento, el dolor volvió a presentarse ante quienes huyeron precisamente para esquivar una muerte segura cuando las ganas de vivir fueron más fuertes que el deseo de quedarse en la aldea que los vio nacer.

Aprendimos muchas lecciones de los refugiados. De su dignidad, de su resistencia, de su esperanza, de sus sueños y también de su gratitud al ser tratados como lo que son: personas. “Preferimos que nos den un trozo de pan con la sonrisa de Don Bosco que algo de comida quienes lo hacen con indiferencia”. Lecciones diarias de vida, de amor y de esperanza.