Vuelvo de Lovaina, alma mater de Erasmo y ciudad universitaria por excelencia. Lo hago imbuido de un fuerte sentimiento europeísta. Reafirmado en la convicción de que no podemos dejar morir la idea de Europa que con tanta esperanza impulsaron, hace casi 70 años, sus padres fundadores: Schumann, Adenauer, Spinelli, Spaak, de Gasperi, Churchill y otros. Personas de distintas tendencias políticas pero unidas por el sueño común europeo. Me conmueve la lucidez de estos hombres que, a finales de los 40 del siglo pasado, cayeron en la cuenta de que no había más remedio que crear Europa como actor político, económico e institucional, para acabar de una vez con las guerras que a lo largo de los siglos habían creado tanta muerte y dolor entre sus habitantes
El resultado de este sueño es francamente positivo: 70 años de paz ininterrumpida (algo inédito en la historia de Europa), la creación del espacio en el que los valores de dignidad humana son más respetados en todo el mundo. La existencia de una Jurisdicción Europea en materia de Derechos Humanos realmente efectiva, eficiente y de obligado cumplimiento por parte de los Estados miembros.
Todo ello se puso de relevancia en las magníficas jornadas sobre Europa organizadas por la Comisión General de Justicia y Paz de España recientemente celebradas en Madrid, en las que los asistentes debatieron y reflexionaron durante dos días acerca de las esperanzas y temores que les suscitaba la idea de Europa.
En estas jornadas se evidenció también la otra cara de Europa rehén del liberalismo económico, precarizadora de familias, arrogante hacia sus miembros más débiles y desvergonzadamente obsequiosa hacia los estados más poderosos, cómplice de la muerte de miles de inmigrantes por acción y por omisión… Y, sin embargo, para que Europa pueda ser de otra manera tiene que resistir los embates de quienes quieren que desaparezca.