Todos los evangelios relatan que muy de mañana, unas mujeres se acercaron al sepulcro donde había sido dejado el cadáver de Jesús y lo encontraron vacío. Así empieza el Misterio de la Resurrección de Jesús. Las mujeres, supieron que Jesús, el que había muerto, no estaba más en ese lugar, luego siguió una sucesión de apariciones y relatos que consolidan la historia de la resurrección, dogma de fe para los católicos. Todos los periódicos, con frecuencia nos presentan una historia de desaparición. Por eso me resulta casi imposible, escuchar este pasaje y no vincularlo con la realidad de muchas familias que hoy no tienen la tranquilidad de saber el paradero de un ser querido. Me refiero a las familias de personas desaparecidas en México que oficialmente se menciona ya más de 40,000.
Hace poco me encontré en Tijuana un caso de un papá que llevaba buscando a su joven hija por más de 2 años, su mirada y semblante transmitían impotencia, miedo y tristeza. No tuve palabras, más que decirle que no estaba sólo en esto. Somos parte de una red que está para apoyar. El fenómeno de la desaparición se ha dado en nuestras sociedades consecuencia de la violencia, los conflictos armados, la trata de personas, por mencionar algunas causas. En México, el familiar de una persona desaparecida debe pasar un sinuoso camino para acceder a la justicia y encontrar con ello la verdad. Esto se debe a los altos grados de impunidad y corrupción, las cosas se complican si eres extranjero y buscas en México un familiar migrante perdido.
Unidos por el dolor de esta incertidumbre muchos familiares de personas desaparecidas se han organizado para acompañarse en esta búsqueda, sueñan con ver a su hijos volver, despertar de una pesadilla, disipar la duda, poner fin a la incertidumbre. Al menos recibir el consuelo que en caso de encontrar los restos, podrían darles una sepultura digna. ¡Qué importante es para muchos saber que existe un sepulcro para su ser querido!
Las historias se cuentan por miles. Madres y padres buscan con desesperación en morgues, en fosas y en registros algún dato que dé con el paradero de sus hijos. Inimaginable para quien no ha vivido, esta angustia y dolor. Pauline Boss, ha descrito un tipo de duelo ante el que es difícil hacer un cierre como “pérdida ambigua”. Este término es usado desde los años 70’s para ilustrar un tipo singular de pérdida: cuando un ser amado desaparece ya sea física o mentalmente, sin que haya una verificación de su paradero o destino en términos de si está vivo o muerto, o desaparece psicológicamente por una demencia u otra condición cognitiva o emocional. Boss, afirma que, en cualquiera de los dos casos, el duelo es esencialmente complejo, no por una fragilidad psíquica sino por las profundas complicaciones de una pérdida rodeada de duda. Es más que admirable la fuerza, tenacidad y resiliencia de las personas que buscan a las personas desaparecidas, incluso con profundas afectaciones a su estado psicosocial y con el dolor de una pérdida ambigua.
¿Qué puede decirnos la resurrección en un país con miles de desaparecidas?
El mensaje, yo diría es para quienes vemos esta realidad en las noticias y nos parece todavía ajena. Refiriéndose a la realidad del sepulcro, el escritor y sacerdote español José Antonio Pagola desde la perspectiva histórica explica cómo hacia los 35 y 40 años entre la primera generación de cristianos se explicaba la resurrección con dos términos: despertar y levantar. Dios bajó hasta el mismo Sheol y se ha adentrado en el país de la muerte, donde todo es oscuridad, silencio y soledad. Allí yacen los muertos cubiertos de polvo, dormidos en el sueño de la muerte. De entre ellos, Dios “ha despertado” a Jesús el crucificado, lo ha puesto de pie y lo “ha levantado” a la vida. La fe en la resurrección ha sido para muchas personas, una fuerza interior profunda que les ayudó a soportar grandes dificultades y representa la fuerza motora para buscar a sus seres queridos. Levantarnos de la muerte a la vida es obra del Padre. Estamos llamados a ser luz en la oscuridad y a romper el silencio para anunciar un nuevo estilo de vida.
Dice también Pagola que “para los primeros cristianos, por encima de cualquier otra representación o esquema mental, la resurrección de Jesús es una actualización de Dios, que con su fuerza creadora lo rescata de la muerte para introducirlo en la plenitud de su propia vida. Dice Pagola que Dios acoge a Jesús en el interior mismo de la muerte, infundiéndole toda su fuerza creadora. Jesús muere gritando: “Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Y al morir se encuentra con su Padre, que lo acoge con amor inmenso, impidiendo que su vida quede aniquilada. Allí donde todo se acaba para Jesús, Dios empieza algo radicalmente nuevo”.
La fuerza creadora de la Resurrección imagino se asemeja a la fuerza de padres, madres, abuelos, tíos y hermanas que buscan a sus desaparecidos movidos por la esperanza de un nuevo principio; es también la fuerza de quienes quieren salvar a sus familiares desparecidos de ser un expediente incompleto entre miles o habitar en una fosa anónima sin un registro forense. Como ciudadanos, tenemos varias opciones: podríamos ser indiferentes, a veces menos o más empáticos. Pero como cristianos, escuchar en las noticias que encuentran fosas y restos de personas en distintas partes del país y permanecer como espectadores, no se nos puede hacer costumbre. No podemos darnos el lujo de enterrar la esperanza ni la búsqueda de justicia.