Tribuna

Multiplicar el dinero y apoyar el bien común

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Vivimos tiempos excepcionales. Esta frase la podemos interpretar desde distintos puntos de vista. Hoy querría centrarme en el que más afecta a nuestro bolsillo. Concretamente quiero, amigo lector, aportar mi granito de arena para mostrar lo que una gestión poco diligente de nuestros ahorros puede suponer para nuestra estabilidad financiera, desde la mirada de una institución –la Iglesia– que tiene voluntad de permanencia en el futuro.

Durante 35 de los últimos 40 años, hemos vivido una etapa en la que, en cierta medida, nuestra mayor preocupación por obtener una buena rentabilidad por nuestros ahorros se centraba en asegurar que estos estaban en el banco.

El tipo de interés pagado por los depósitos e incluso las cuentas corrientes era suficiente para asegurarnos una rentabilidad positiva para nuestros ahorros. Ciertamente otros activos financieros como las acciones, e incluso los bonos de gobierno, han proporcionado una rentabilidad muy superior, pero seamos francos, si somos una institución con una substancial aversión al riesgo y pocos conocimientos de finanzas, la solución estaba servida. Pero esto se ha terminado.

Dejar el dinero en cuentas corrientes cuesta dinero

Desde junio de 2014, en Europa tenemos tipos de interés por debajo de cero. Y por ello, dejar el dinero en la cuenta corriente, e incluso en depósitos con tipos de interés cercanos a cero, cuesta dinero. Y mucho. Vamos a ver cuánto.

Bolsa Madrid

Supongamos que empezamos con 10.000 euros en la cuenta el mismo momento en el que el Banco Central Europeo (BCE) bajó los tipos de interés a terreno negativo, hace 5 años; vamos a suponer que la rentabilidad del dinero en la cuenta es de un 0% y nos cobran una comisión de mantenimiento estándar de 70 euros anuales. A junio de este año, es decir, justo cinco años después, contaríamos con 9.650 euros, 350 euros menos de los que teníamos inicialmente.

Perdemos dinero por la inflación

Pero esto no es lo peor. El verdadero susto nos lo vamos a llevar cuando comprobemos lo que podemos comprar con ese dinero por el efecto de la inflación. Suponiendo una inflación del 2% cada año, tendríamos casi 1.300 euros menos. Y esto es a 5 años, imagine a 10, 20, 50… ¡Impactante!

No sé a usted, pero a mí no me gusta saber que voy a perder dinero sí o sí. Además de una falta de responsabilidad, atenta contra la buena gestión de los talentos que nos han sido encomendados. Y no podemos argumentar que no lo sabíamos o que no tenemos tiempo para preocuparnos por estas cosas.

Podemos argüir que la situación es temporal, y que los tipos de interés volverán a niveles más elevados. Pero cabe preguntarse si podemos, en las circunstancias actuales, permitirnos el lujo de esperar. La conciencia de cada cual determinará la respuesta que damos a esa pregunta; pero la prudencia exige que, al menos, nos planteemos alguna alternativa: la inacción no es una opción.

¿Qué puedo hacer con mi dinero?

Y, usted se preguntará, ¿qué se puede hacer? La respuesta no es ni única ni obvia. Pero cualquiera de las distintas soluciones pasa por cambiar el chip y mirar más allá. Hay que analizar cómo poner el dinero a trabajar, hay que profesionalizarse como lo han hecho ya muchas instituciones, en concreto podemos mirar al modelo que han seguido en Estados Unidos donde llevan muchos años exigiendo rentabilidad y profesionalidad a la gestión de sus ahorros.

En este sentido destaca la adopción del modelo Endowment por muchas entidades sin ánimo de lucro para preservar su estabilidad financiera a largo plazo. Este modelo, se basa en la premisa de que un patrimonio gestionado de forma adecuada, con una visión de inversión a largo plazo es la mejor opción para asegurarse independencia y poder mantener la labor fundacional a futuro y sin contratiempos.

Pero no nos engañemos. Para poder llegar a esa situación ideal, es necesario primero ponerse a trabajar, formarse y rodearse de expertos adecuados. El objetivo tiene que ser “multiplicar el dinero y apoyar el bien común”. No son temas baladíes y el esfuerzo es grande, pero el resultado lo merece. Nada que nos asuste cuando lo que buscamos es hacer las cosas como Dios manda.