Flor María Ramírez
Licenciada en Relaciones Internacionales por el Colegio de México

¿Un trabajo, con o sin sentido?


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Socorro y Catalina son  dos mujeres mayores (más de 60 años) que me regalaron la foto que hoy se comparte en este blog. Me impresionó ver, tras una jornada casi completa de hacer tortillas a mano, la forma en que se esmeraban atendiendo a la clientela que visitaba el restaurante en el que laboran en un pequeño pueblo del centro de Veracruz. Lo hacían con un gesto de amabilidad y al mismo tiempo de orgullo, pocas como ellas hacen tortillas con la técnica de moler el maíz en piedra.

Estas dos mujeres, como millones de personas en nuestro continente trabajan para llevar el sustento a sus hogares, lo que les hace excepcionales es –quizá– el sentido que le dan a su trabajo para transcender su función de un medio para proveer sustento o recibir un pago. En menos de 3 minutos son capaces de ocasionar un encuentro cálido con otros, iniciar una conversación amable, compartir más de ellas. Esperemos, no menos trascendentes ni cálidos que los encuentros o reuniones que pudieran organizarse en cualquier despacho ejecutivo.

Una expresión esencial de la persona

La importancia que tiene el trabajo es muy diversa para cada persona, depende de su identidad, de sus aspiraciones, situación económica y planes de vida. La Doctrina social de la Iglesia hace una diferencia entre la dimensión económica “objetiva” y la dimensión “subjetiva”. El trabajo en sentido objetivo constituye el aspecto contingente de la actividad humana, que varía incesantemente en sus modalidades con el cambio las condiciones técnicas, culturales, sociales y políticas. Mientras que la dimensión subjetiva “confiere al trabajo su peculiar dignidad, que impide considerarlo como una simple mercancía o un elemento impersonal de la organización productiva. El trabajo, independientemente de su mayor o menor valor objetivo, es expresión esencial de la persona”.

De acuerdo con la encíclica ‘Laboren Excersens’: “El trabajo es para el hombre y no el hombre para el trabajo y por tanto la finalidad del trabajo, de cualquier trabajo realizado por el hombre —aunque fuera el trabajo “más corriente”, más monótono en la escala del modo común de valorar, e incluso el que más margina—, “sigue siendo siempre el hombre mismo”. En este sentido el trabajo habla de la persona, de sus valores y de su ética. Cuando apreciamos o despreciamos el trabajo de otros, emitimos un juicio hacia su persona. Expresiones como “hacer un mal trabajo” o “ser mediocre en el trabajo” si bien son una apreciación, terminan causando gran impacto en nuestro estado de ánimo. La Doctrina Social de la Iglesia nos invita a no mostrarnos arrogantes con los que pareciera hacen trabajos “inferiores”, el trabajo es expresión esencial de la persona.

Desde la dimensión “subjetiva” en caso que nos haya tocado ser fuente de trabajo: “empleadores”, no son nunca justificables condiciones de trabajo que exploten o denigren al individuo. Y es que el valor del trabajo dignifica a las personas, algo que con frecuencia pasamos todos por alto. Igualmente, siendo trabajadores, cuando usamos expresiones  como “el que no tranza no avanza” en el ámbito laboral, dicen mucho de nuestra propia valoración del trabajo, del ejercicio de nuestro derechos y de la oportunidad de tener un empleo. No es casualidad que las cuestiones laborales sean tan sensibles porque se refieren a la persona misma.

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Mujeres trabajando en piedra de moler, Veracruz, 2019. Foto: Flor Ramírez

La OIT reconoce al trabajo como un derecho

Socialmente, el trabajo es un medio para procurar la justicia social. La Organización Internacional del Trabajo (OIT), ha acompañado las luchas laborales desde principios del Siglo XX para reconocer al trabajo como un derecho y como un contrato en sociedad. La OIT habla del trabajo decente, como uno que sintetiza “las aspiraciones de las personas durante su vida laboral. Significa la oportunidad de acceder a un empleo productivo que genere un ingreso justo, la seguridad en el lugar de trabajo y la protección social para las familias, mejores perspectivas de desarrollo personal e integración social, libertad para que los individuos expresen sus opiniones, se organicen y participen en las decisiones que afectan sus vidas, y la igualdad de oportunidades y trato para todos, mujeres y hombres”.

La OIT ha tenido que recurrir a definir el trabajo con un adjetivo “decente” precisamente porque son muchos los riesgos que se ven en el actual contexto de la economía mundial. Desde los orígenes del proceso de globalización en los años 90’s, que abarcó la internacionalización o mundialización de la producción, el capital financiero (incluidas las remesas), el comercio y la mano de obra (migración laboral), la globalización ha sido resultado de opciones políticas en favor de la liberalización de los mercados, facilitadas por una revolución tecnológica sin precedentes, en particular, por el Internet. Por décadas, la globalización suscitó debates acerca de si aporta prosperidad o, simplemente, desigualdad e injusticia.

Hasta el día de hoy lo que se considera la etapa posterior a la globalización, las preocupaciones y debates siguen vigentes conforme se extienden la desigualdad, la inseguridad y la exclusión. Mismas que ponen en riesgo la integridad, la vida de personas y los medios de subsistencia, por eso se sigue hablando de cómo se afectará el futuro del trabajo y su valoración.

Volviendo a la cotidianeidad, habría que tener presente que hoy cuando hablamos de trabajo, hablamos de trabajar con otros y trabajar para otros “es hacer algo para alguien”, independientemente si estamos al frente de una computadora, de una máquina, de una piedra para moler maíz o incluso en casa. El trabajo sigue siendo importante por las redes que permite forjar, por la oportunidad que brinda de contribuir a la comunidad y porque es un medio de desarrollo de la identidad personal y de creación de sentido. El trabajo es parte de la vida pero no la vida en sí misma. Decía Hanna Arendt: “Lo que tenemos ante nosotros es el horizonte de una sociedad de trabajo a la que se le está acabando el trabajo; es decir: la única tarea por la que se define.

¿Puede haber algo más fatal? No es el tipo de trabajo que hacemos, ni el puesto que ocupamos, ni el salario que ganamos lo esencial, sino el sentido que damos al mismo en la medida en que contribuye a la realización de nuestra dimensión humana y espiritual. Probablemente el trabajo de Socorro y Catalina esté catalogado en términos económicos como “informal”, “precario”, “sin seguridad social” y “sin pensión”. Pero el significado que dan a su labor es extraordinaria. A propósito del 1 de mayo en el que se conmemora el Día Internacional de los Trabajadores, sería un buen gesto autoevaluar el sentido de nuestro trabajo y también dar gracias a quienes trabajan con y por nosotros, muchas veces con la mejor actitud de servicio y sin hacerse notar.